Capítulo 31: Oscuridad

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Lo primero que hago al levantarme es ir a molestar a Ro. Llego hasta su cuarto y toco la puerta. Son las once de la mañana, y sigue durmiendo, ¡la sinvergüenza!

—¡Ro! Despierta, pesada, que tengo que contarte algo.

Como no contesta, decido entrar de todos modos; hay confianza. Me sorprendo al ver la cama vacía. ¿Dónde se habrá metido esta mujer?

Le envío varios mensajes, pero nada. Es extraño, hoy no trabaja y siempre me avisa cuando sale de casa. Me preocupa un poco, así que, como tengo que ir a hacer la compra, decido pasar por casa de Ainoa. Quizás se quedó a dormir allí.

Primero voy a por un par de cafés, por si están ahí; y si no, ya me los beberé yo. Hoy hace un día precioso. No sé si es porque estoy de buen humor, pero siento algo parecido a la felicidad plena. Mientras camino con mis cascos puestos, le envío un mensaje a Leo:

''Buenos días, guapo. Estoy yendo a casa de Ainoa, luego iré al súper y poco más. ¿Qué tal tu mañana? ''

A los pocos segundos, recibo respuesta:

''Mel, no vengas. Luego te contamos todo, pero quédate en casa, por favor.''

<<¿Qué cojones?>>

Me apresuro para llegar antes a casa de Ainoa; algo está mal. Al llegar, toco el timbre varias veces, pero nadie me abre. ¡JODER! Sé que están aquí, porque si no, Leo no me habría dicho que me quedara en casa. Decido tocar todos los timbres hasta que un señor mayor me abre. En España, colarse en los bloques es tan fácil que da miedo.

Voy hasta el tercer piso. Estoy tan nerviosa que ni siquiera recuerdo que hay ascensor y subo las escaleras a la velocidad de la luz. Empiezo a tocar la puerta como una desquiciada, y a los pocos segundos, me abren. Es Ro, y le doy gracias a la vida, porque me temía lo peor.

—Ro, estaba tan preocupada. Leo me dijo que no viniera, y no entiendo nada —la abrazo con fuerza, aliviada. Ella me devuelve el gesto, apretándome más de lo habitual.

—Mel, necesito que te calmes. Ha pasado algo...

—Dímelo ya, porque me va a dar algo —insisto, notando cómo el corazón me late cada vez más fuerte.

—Entra —me indica, haciendo un gesto hacia el interior del piso. Al cruzar la puerta, veo a Ainoa y a Leo de pie, observándome con seriedad.

—¿Podéis explicarme de una vez qué coño pasa?

Leo se acerca despacio, me toma la mano. Sus ojos, llenos de compasión, me hacen sentir que lo que está a punto de decir cambiará mi vida para siempre.

—Mel...

—Es Teo, ¿verdad? —pregunto, casi en un susurro, adivinando el horror que temo escuchar —¡Hijo de puta! —exclamo, sintiendo el vértigo de la rabia—. Llamemos a la policía. No puede estar aquí.

—Mel, escúchame... Es Mateo.

—¿Qué? —La incredulidad inunda mi voz—. ¿Qué tiene que ver Mateo?

Leo vacila un segundo antes de soltar la verdad, como si las palabras le pesaran.

—Mateo está muerto, Mel.

Las palabras no tienen sentido al principio. ¿Muerto? Mi mente no las procesa. Un segundo más tarde, siento cómo todo se derrumba a mi alrededor. El suelo, las paredes, el aire mismo se esfuma. El mundo se desvanece. Lo último que percibo es el estruendo de los cafés derramándose sobre el suelo antes de que todo se vuelva completamente oscuro.

Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora