Capítulo 8: Un pequeño rayo de luz

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Los días pasaron sin más. Me quedé en casa de Ro, bueno, más bien en la cama de invitados, donde pasé dos semanas sin moverme más allá de ir al baño. Ro me traía la comida para que no muriera de hambre e intentaba todos los días sacarme de casa, aunque sin éxito. Los primeros días lloré, a la semana dejé de llorar y me quedé sin lágrimas. Pedí la baja en el trabajo y me limité a ver películas de miedo; al menos me hacían no pensar en que iba a morir sola, ya que era totalmente imposible que volviera a confiar en otro hombre.

—Hola, bombón. –Ro entra en la habitación con una bandeja en las manos, cargada con unas tostadas de pavo y aguacate, un café y un zumo, mi desayuno favorito. –Te traigo el desayuno. ¿Cómo estás hoy?

La veo con su sonrisa cálida y me siento un poco menos rota. No tengo palabras suficientes para agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

—Gracias por todo, amiga. —digo con la voz quebrada, mirando la bandeja que ha colocado en la mesita de noche. –Nunca olvidaré lo que estás haciendo por mí.

—¿Qué se supone que estoy haciendo? –Ro responde con una risa, que intenta aliviar el ambiente. –Si no gastas ni agua, podrías al menos ducharte, que hueles a muerto.

Le lanzo un cojín, aunque no con mucha fuerza. El cojín le da en el hombro y ella se echa a reír, reaccionando con otro cojín que me lanza a la cara.

Sin darnos cuenta, nos sumergimos en una batalla de cojines. Entre risas y almohadones volando por la habitación, nos terminamos enredando en una mezcla de carcajadas y suaves golpes de cojín. Finalmente, caemos en la cama, y me abrazo a ella con fuerza. Me devuelve el abrazo y me da un beso en la cabeza.

—Te quiero, Ro

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—Te quiero, Ro. —susurro mientras estoy a punto de llorar.

—Y yo a ti, apestosa. –Ro sonríe y me da un suave golpe en el costado. —¿Harías algo por mí?

—Lo que sea. —le aseguro, mientras me seco la lágrima que se desliza por mi mejilla derecha.

—Entonces, pégate una ducha y vamos a dar una vuelta.

—Uf... —respondo, arrugando la nariz con desdén. —No tengo ganas, lo que sea menos eso.

—Has dicho lo que sea, así que en veinte minutos te espero en la entrada. –Ro se levanta con determinación, mirando el reloj. —¡No me hagas esperar!

Y con una última sonrisa, sale de la habitación. La escucho irse y miro la bandeja de desayuno. Aunque la idea de ducharme me resulta desalentadora, no puedo evitar sentirme agradecida por todo lo que se está esforzando Ro. Así que, resignada, me levanto para cumplir mi parte del trato

Cierra la puerta y se marcha sabiendo que lo ha conseguido. A la media hora estamos en la calle paseando a Simba, el perrito de Ro, es un golden precioso que no se ha separado de mí en ningún momento. Prácticamente lo he visto crecer, acompañé a Ro a adoptarlo y desde que lo vimos nos enamoramos de él. Se ha convertido en uno más de la pandilla. Es increíble cómo los animales notan cuando estás mal, la compañía que me ha dado estos días me ha ayudado muchísimo a no sentirme tan sola.

Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora