Capítulo 15: Todo aquello que no te dije

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Durante el trayecto, ambos permanecemos en silencio. No es uno de esos silencios cómodos; es todo lo contrario. Solo lo rompemos cuando le indico que gire a la derecha o que siga recto. Tengo tantas preguntas en la cabeza: ¿por qué entró en la floristería?, ¿qué hago en su coche?, ¿por qué tiene esa cara de perrito degollado?

Mientras me hago mil preguntas, noto que hemos estacionado el coche. Pero definitivamente no es mi casa. No iba a ser tan sencillo deshacerme de él. No me malinterpretes, no quiero matarlo, al menos no en un sentido literal... de momento.

—Mateo, ¿qué hacemos aquí?

Me fijo mejor en dónde estamos, y me dan ganas de repetir el fregonazo de hace unos momentos.

—Antes de que te enfades conmigo, solo te pido que me escuches diez minutos. Dame diez minutos de tu tiempo y no te molesto más —me lo está casi implorando.

—Bueno, qué más da, ahora ya tengo intriga por saber qué quieres. Vamos —le ordeno mientras bajo del coche.

Estamos en el bar donde Sebas nos presentó hace unos años. El bar que fue testigo de cómo nos fuimos enamorando día a día, hasta que llegó un momento en que perdí la cabeza por él. Me lancé al vacío más profundo, y ya lo dicen: cuanto más alta la caída, más duro el golpe.

Nos sentamos en la misma mesa de siempre, será por costumbre, y seguimos en silencio mientras esperamos al camarero

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Nos sentamos en la misma mesa de siempre, será por costumbre, y seguimos en silencio mientras esperamos al camarero. Todo es muy extraño; estar aquí sentada con él me hace sentir como si no hubiera pasado ni un día. El caso es que los días, los meses y los años sí han pasado, y ya no soy la misma. Por lo que me transmite su mirada, veo que él tampoco lo es.

—Este lugar no ha cambiado nada, ¿verdad? —dice finalmente, rompiendo el silencio con una voz baja y rasposa.

—No, nada —respondo, aunque por dentro sé que no es cierto. Todo ha cambiado.

El camarero nos trae dos cervezas y, casi al instante, Mateo le da un trago al botellín, medio vaciándolo. Presiento que está a punto de dar el paso y contarme por qué estoy aquí.

—¿Recuerdas la primera vez que vinimos aquí solos? —me pregunta, mirando la mesa, como si viera los recuerdos grabados en la madera.

—Sí, lo recuerdo —respondo, sin dar muchos detalles. Porque, aunque quiera, no sé si estoy preparada para volver a esos recuerdos, al menos no ahora.

Mateo se reclina en la silla, como si estuviera luchando por encontrar las palabras correctas.

—No quería que las cosas terminaran así, Mel —dice, con una voz más suave, casi como una confesión.

Lo miro, y durante un segundo, todo lo que quiero es creerle. Quiero creer que el dolor que sentí, esa caída interminable, fue un error, algo que podríamos haber evitado. Pero la realidad es que lo que pasó entre nosotros fue real. Fue complicado, fue intenso y fue destructivo. Y ahora, sentados aquí, ambos lo sabemos.

Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora