De camino al aeropuerto, con unas caras que parecen no haber visto una cama en tres días —y prácticamente así ha sido—, mi amiga y yo nos contamos absolutamente todo. Risas, confidencias y promesas de que repetiremos cada detalle cuando estemos más descansadas, porque ahora mismo estamos funcionando en modo zombie. El taxista no puede evitar reírse, aunque lo intente disimular. Nosotras seguimos a lo nuestro, sin importar mucho si nos escucha o no.Cuando llegamos al aeropuerto, siento que los nervios me van a consumir. Creo que nunca en mi vida he estado tan inquieta. Algo en mi cabeza no deja de repetirme que no se presentará, que todo lo que pasó fue un espejismo causado por el alcohol, una fantasía de una noche loca, y que no volveré a verlo jamás.
Pero entonces lo veo. Ahí está, con una maleta en la mano, esas gafas de sol negras que le dan un aire aún más guapo, y esa expresión de estar igual de cansado que nosotras. Está mirando de un lado a otro, buscándome. Y justo en ese momento, todo mi miedo se disipa.
—Creía que no vendrías —le digo, intentando no sonar demasiado emocionada, aunque por dentro estoy a punto de explotar de felicidad.
Teo no dice nada, solo sonríe y me levanta del suelo en un abrazo. Cuando finalmente me deja en el suelo, me regala un beso en la frente y pasa sus brazos por encima de mis hombros, como si siempre hubieran pertenecido ahí, y nos dirigimos juntos hacia el control de seguridad.
Una vez en el avión, nos acomodamos cada uno en su asiento. No os voy a mentir, aún tengo miedo. Volar siempre me pone nerviosa, pero estoy tan llena de felicidad por todo lo que ha pasado y lo que podría venir, que de alguna manera todo lo demás parece menos importante. Me pongo los cascos y abro mi libro, el que he intentado leer sin éxito durante estos días por "ciertas cositas" que han estado ocurriendo. Cuando por fin logro concentrarme y leo dos páginas seguidas, de repente alguien me cierra el libro de golpe, haciéndome pegar un brinco. ¿Quién iba a ser?
—Pero Teo, ¿qué narices haces aquí? Si estabas cuatro filas atrás —digo, entre sorprendida y divertida.
—Le he dao' cinco pavos al hombre que tenías al lao pa' que me cambiara el sitio. No voy a dejarte sola sabiendo lo mucho que te acojona volar. — Su acento andaluz me derrite.
—¿Has sobornado a un pobre hombre con cinco euros? ¿No tenías un billete más grande, rata? —le suelto entre risas, mientras él se ríe conmigo.
Nos besamos, sin poder parar de reírnos entre beso y beso, sintiendo esa conexión que, aunque irracional, es imposible de ignorar.
¿Es posible enamorarse en tres días?
ESTÁS LEYENDO
Los pedazos que (me) dejaste [✅]
Ficção AdolescenteMel es una chica de diecinueve años que está un poco perdida. En el pasado le rompieron el corazón y ahora es incapaz de volver a confiar en nadie. Junto a su mejor amiga, Ro, deciden tomar un viaje que cambiará sus vidas. ¿Encontrará la felicidad q...