Capítulo 22: Una pesadilla

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Me ajusto el delantal con las manos temblorosas. Intento que parezca un gesto casual, pero el nudo en mi estómago no me deja respirar del todo bien. La cafetera emite su zumbido familiar, ese sonido que me solía calmar, pero hoy me pone de los nervios. Miro hacia la puerta cada pocos segundos, esperando ver a Teo cruzarla. Mi corazón da un pequeño brinco cada vez que alguien entra, aunque nadie es él. Aún.

Respiro hondo. Tengo que hacerlo. No hay vuelta atrás.

A los pocos minutos, la puerta de la cafetería se abre con el sonido característico de la campanilla, y lo veo entrar. Teo. Siento un escalofrío recorrerme la espalda. Me mira, y en sus ojos hay algo oscuro, algo que me hace dudar de todo esto.

Me acerco al mostrador, intentando que mi voz salga firme.

—Hola, Teo.

Él sonríe, esa sonrisa que antes me desarmaba y que ahora solo me provoca miedo.

—Hola, Mel. —Su voz es suave, pero hay algo detrás. Como si cada palabra estuviera calculada—. Me alegra que hayas accedido a hablar conmigo.

Respiro hondo una vez más. No sé si estoy lista para esto, pero ya no hay marcha atrás.

—Quiero que entiendas algo. Esto tiene que parar. No puedo seguir así, y tú tampoco deberías. —Intento sonar firme, pero mi voz tiembla un poco al final.

Teo se inclina un poco sobre el mostrador, como si estuviéramos teniendo una conversación casual, como si nada hubiera pasado entre nosotros.

—Mel, yo solo quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. Tú lo sabes, ¿no? —dice con ese tono dulce y venenoso que solía convencerme de todo.

Lo miro, y sé que no he venido aquí para caer en ese juego. Estoy aquí para ponerle fin, de una vez por todas.

—Las cosas nunca van a ser como antes, Teo. Ya no. —Lo digo con más fuerza esta vez, aunque mi corazón late con fuerza—. Tienes que dejarme en paz.

Su sonrisa se desvanece lentamente, y lo que queda en su lugar me hiela la sangre. Hay algo oscuro en su mirada, algo que confirma mis peores miedos.

—¿De verdad crees que va a ser tan fácil, Mel? —Su voz baja un tono, y por un segundo me siento atrapada en mi propio cuerpo.

Me quedo en silencio, mis manos apretando el borde del mostrador con fuerza. Este no es el Teo que conocí, ni siquiera el Teo que me hizo daño. Es alguien peor, y estoy sola frente a él.

—Espero que no me hayas hecho venir aquí para decirme esta gilipollez cariño.—su voz es baja, pero cada palabra cae pesada, cargada de desprecio.

El "cariño" que antes solía sonar cálido ahora me revuelve el estómago. Aprieto los dientes, sintiendo la tensión subir por mi cuerpo. Ya no puedo retroceder, aunque cada parte de mí quiera salir corriendo. Respiro hondo, obligándome a no bajar la mirada.

—No me llames cariño. —Lo digo despacio, tratando de que mi voz no tiemble—. Esto se ha acabado, y tienes que aceptarlo. No te quiero cerca de mí.

Él suelta una risa corta, como si lo que acabo de decir fuera el chiste más absurdo que ha escuchado. Se inclina un poco más sobre el mostrador, acortando la distancia entre nosotros, y puedo sentir su presencia como una sombra que se cierne sobre mí.

—Venga, deja de hacerte la dura. —Sus ojos me escrutan, como si intentara leer cada pequeño gesto—. Sabes tan bien como yo que todo esto es una fase, que en el fondo... —su mirada se oscurece aún más— tú me necesitas tanto como yo te necesito a ti.

Mi corazón late con fuerza, pero no de la manera en que solía hacerlo cuando estaba cerca de él

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Mi corazón late con fuerza, pero no de la manera en que solía hacerlo cuando estaba cerca de él. Ahora es puro miedo, esa sensación de estar atrapada, de no tener una salida. Intento respirar hondo, pero el aire se siente pesado. Este no es Teo queriendo "arreglar" las cosas, es Teo intentando intimidarme, una vez más.

—Teo, esto no es una fase —digo, cada palabra saliendo con esfuerzo—. Se ha terminado. Necesito que te lo metas en la cabeza. No vuelvas a acercarte a mí.

Él me mira en silencio por un momento, sus ojos clavándose en los míos como cuchillos, y luego su expresión cambia. Es un cambio sutil, pero lo suficiente como para que sienta que algo va mal. Muy mal.

—¿De verdad crees que puedes decidir cuándo se acaba, Mel? —Su tono es suave, pero las palabras son afiladas—. Porque te aseguro que esto no se termina hasta que yo lo diga.

Me paralizo. Siento que el aire se me escapa de los pulmones. He visto este lado de él antes, pero nunca con tanta claridad, nunca con tanta frialdad.

Miro a mi alrededor, la cafetería vacía, la barra entre nosotros que de repente parece insignificante. No puedo dejar que me vea asustada, no puedo darle eso.

—No te tengo miedo, Teo —le miento, aunque mi voz suena más firme de lo que esperaba—. Si sigues acosándome, iré a la policía.

Él se queda en silencio por unos segundos que parecen eternos, con sus ojos fijos en mí. Luego, de repente, su expresión cambia de nuevo.

—Ya veo, piensas que soy gilipollas o algo, ¿verdad? Sé que has ido esta mañana con el imbécil de tu ex.

Me paralizo de golpe y siento que me voy a desmayar. Él se da la vuelta lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y se dirige hacia la puerta.

—Esto no ha terminado, Mel. —Me lanza una última mirada antes de salir—. Lo sabes tan bien como yo.

La campanilla de la puerta suena cuando sale, y me quedo ahí, congelada, con el corazón latiendo en mi pecho como si fuera a romperse.

No puedo moverme.

No puedo moverme

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Los pedazos que (me) dejaste [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora