La mañana se me hace eterna. No dejo de mirar el móvil cada cinco minutos para ver si tengo un mensaje de Antonio, pero nada. No sé qué me ha dado ahora con esta obsesión por él, así de repente. Soy una caprichosa. No me soporto a veces. Como ya casi es hora de cerrar y no entra nadie desde hace una hora, decido tomarme la libertad de irme un poco antes. Recojo el centro de mesa que estaba terminando de decorar y apago las luces de la tienda.
«Qué ganas de llegar a casa.»
Me dirijo hacia la puerta, giro el cartel para indicar que ya está cerrada, cuando un leve ruido a mis espaldas me hace detenerme en seco. Mi mano se congela sobre la cerradura. Estoy segura de que hay alguien, así que, con un movimiento más rápido que la luz, cojo lo primero que encuentro para intentar derribar a quien sea que esté detrás de mí: la fregona. Joder, con esto poco haré. Al darme la vuelta, impacto el palo de la fregona contra la cabeza del presunto ladrón. Lo veo. Aunque ya es tarde, porque le he dado con todas mis fuerzas, que tampoco son muchas.
—¡¿Mateo?! —es la última persona que esperaba ver hoy.
—Joder, Mel, me has reventado la cabeza.
Suelto la fregona, que cae al suelo con un sonido seco, mientras mi mente intenta procesar lo que acaba de pasar. Mateo está agachado, frotándose la cabeza, con los ojos cerrados por el dolor, mientras yo sigo paralizada entre la incredulidad y el arrepentimiento.
¿Qué narices hace este aquí?
—¿Qué narices haces tú aquí? ¡Casi me matas del susto, animal!
Él levanta la vista lentamente, con los ojos entrecerrados y una mueca de dolor en el rostro.
—Bueno... claramente no vine para que me apalearas con una fregona —responde con un toque sarcástico, aunque sé que intenta bromear para aliviar la tensión.
—Te lo mereces. ¿Las luces apagadas no te dieron una pista de que estaba cerrado? —Estoy molesta con él y quiero que lo note.
—No sé, simplemente pasaba por aquí y, bueno, no pude evitar entrar al verte.
—Como ves, está cerrado, así que, si no te importa, me gustaría irme a casa. Ha sido una mañana larga —le digo, aún molesta.
—Claro, claro.
Mateo abre la puerta y hace un gesto para que pase yo primero. Lo miro con una ceja levantada, dudando de su repentino aire de caballero. Cuando ambos estamos fuera, cierro con llave y me dirijo hacia mi moto. Pero, claro, ¿qué moto, Mel? No recordaba que esta mañana fue Ro quien me trajo en su coche. No quiero que Mateo se entere de que no tengo cómo volver a casa, porque entonces se ofrecería a llevarme.
Intento disimular. Me giro lentamente y trato de pensar rápido. No hay taxis a la vista y no quiero parecer perdida, así que finjo que simplemente me estoy estirando antes de caminar.
—Bueno, ha sido... interesante verte, Mateo —digo, buscando una salida rápida—. Yo me voy ya, adiós.
Empiezo a alejarme con paso firme, pero no he dado ni cinco pasos cuando escucho su voz detrás de mí.
—¿Cómo vas a casa?
Mierda.
—Caminando.
Decido decirle la verdad, porque si le digo que voy en moto, va a quedarse esperando hasta verme marchar. Lo conozco demasiado bien. Así que prefiero ahorrar tiempo y ser honesta.
—¿Caminando? ¿Hasta tu casa? —pregunta, y puedo oír la duda en su tono.
Me detengo sin girarme y ruedo los ojos. ¿Qué más le dará cómo me voy a mi casa?
—Sí, caminar no me viene mal. Son solo unos... veinte minutos —miento, esperando que deje de hacer preguntas.
Pero claro, este es Mateo, y nunca se rinde.
—¿Veinte minutos? —repite, cruzándose de brazos mientras da un paso hacia mí—. Mel, mientes fatal.
Suelto un suspiro interno. Maldita sea mi pésima actuación.
—Bueno, está bien. Quizá un poco más, pero necesito aire —respondo, fingiendo despreocupación.
Mateo me mira, y puedo ver cómo se le cruzan las ideas en la cabeza. Finalmente, su expresión cambia, como si hubiera llegado a una decisión.
—No trajiste la moto hoy, ¿verdad? —pregunta, su tono más suave, pero no menos insistente.
Lo miro, manteniéndome en silencio un segundo demasiado largo, hasta que, al final, sacudo la cabeza, resignada. No tiene sentido seguir mintiendo.
—No, Ro me trajo en su coche esta mañana —admito con un suspiro.
Mateo asiente, como si ya lo hubiera imaginado, y luego mira su propio coche, estacionado a unos metros.
—Deja que te lleve. No vas a caminar hasta tu casa sola —dice con esa misma voz que siempre usaba cuando intentaba cuidar de mí, aunque ahora suena más cautelosa.
—No, no hace falta, en serio —respondo rápidamente—. Puedo llamar a Ro, seguro que viene a recogerme.
Mateo se cruza de brazos, y puedo ver que no está dispuesto a ceder.
—Mel, está bien. Solo es un viaje en coche. No estoy pidiendo que cenemos juntos ni que arreglemos el pasado en este trayecto. Solo quiero asegurarme de que llegues a casa bien.
Lo miro a los ojos, sabiendo que no va a dar marcha atrás, y siento cómo las defensas que había construido en mi cabeza empiezan a desmoronarse poco a poco.
—Está bien —digo finalmente, rindiéndome—. Pero solo hasta mi casa, y nada más.
—Trato hecho —responde él con una ligera sonrisa, como si supiera que había ganado la pequeña batalla.
Nos dirigimos hacia su coche y, mientras abro la puerta para subir, no puedo evitar sentir cómo la tensión se cuela entre nosotros. Hace tanto que no me subía a este coche...
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Los pedazos que (me) dejaste [✅]
Teen FictionMel es una chica de diecinueve años que está un poco perdida. En el pasado le rompieron el corazón y ahora es incapaz de volver a confiar en nadie. Junto a su mejor amiga, Ro, deciden tomar un viaje que cambiará sus vidas. ¿Encontrará la felicidad q...