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Un par de jovenes Omaticayas, se lanzaron al viento, cabalgando sobre sus ikran a una velocidad vertiginosa. Las gigantescas rocas flotantes, suspendidas entre las nubes, pasaban fugazmente a su alrededor, y el paisaje, con su verde exuberancia y sus misteriosas neblinas, se desplegaba como un cuadro viviente. Sus gritos de júbilo resonaban en el aire, entremezclándose con el batir de las alas de sus criaturas.
Cuando sus ikran descendieron y aterrizaron con suavidad en una de las rocas, ambos saltaron de las bestias con elegancia. Aún embriagados por la reciente victoria sobre los humanos, ya que había logrado acabar con una estación de gas de las personas del cielo, recuperando la tierra contaminada.
—Todos hablan de cómo lograste destruir el motor principal —comentó Rakan ofreciéndole a Neteyam algo de agua
—Es lo menos que podía hacer. Pronto seré Olo'eyktan —dijo, sin pensar demasiado en la carga de esas palabras—. Debo demostrar que estoy preparado para ello.
Rakan siempre había admirado a Neteyam. Lo consideraba más que un amigo, casi un hermano, pero no podía evitar la punzada de frustración que lo atravesaba cada vez que escuchaba a su gente alabar a Neteyam.
Le dolía ser solo el segundo, ser la sombra de quien parecía destinado a brillar sin esfuerzo. Cada mañana se levantaba antes del amanecer, entrenaba hasta que su cuerpo no daba más, buscando mejorar, superar sus límites. Y aun así, cuando llegaba el momento de medirse contra Neteyam, todo ese esfuerzo parecía inútil. Él siempre lo superaba, como si tuviera un talento natural para sobresalir en cualquier cosa que hiciera.
Rakan no entendía cómo podía ser tan fácil para él. ¿Acaso la vida de Neteyam no tenía dificultades? Desde afuera, parecía que el destino le había dado todo: habilidad, inteligencia, y el reconocimiento de su clan. Mientras tanto, Rakan tenía que trabajar el doble solo para acercarse, siempre persiguiendo una meta que se le escapaba como el viento.
A veces, mientras caminaban juntos o volaban sobre Pandora, intentaba ocultar ese resentimiento. Pero era difícil. Más aún cuando, a cada paso, las voces de su gente seguían resonando en su cabeza, siempre recordándole que, en los ojos de todos, solo había espacio para un verdadero héroe: Neteyam.
—Hiciste un gran trabajo.
Ambos se quedaron callados por un momento observando el paisaje frente a ellos, hasta que Rakan decidió hablar.
—¿Y estás feliz? Ya ha pasado un par de semanas desde que te nombraron como sucesor de tu padre.
Neteyam se tensó ligeramente, evitando el contacto visual por unos segundos. Respiró profundo antes de responder, intentando sonar despreocupado.
