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La noticia llegó como un golpe helado que le recorrió todo el cuerpo. El murmullo del clan a su alrededor se apagó en un instante, y T/n apenas pudo escuchar las palabras de Jake, que se acercó a ella con el rostro tenso y los ojos vidriosos. Todo parecía irreal, como si el tiempo se detuviera y su mente se rehusará a comprender lo que él acababa de decirle.
—Neteyam... no resistió.
Eso no podía ser verdad.
Su mundo se desmoronó en un segundo y el dolor la atravesó como un rayo, dejándola sin aire, con la sensación de que el suelo se desvanecía bajo sus pies. Quiso hablar, preguntar, negar... pero las palabras no salieron. Simplemente sintió que su cuerpo se movía por inercia, como si algo más la empujara a dar un paso tras otro, guiándola hasta donde él estaba.
El camino hasta la cabaña se sintió interminable, cada paso retumbando en su mente como el eco de un golpe seco. A su alrededor, la gente bajaba la mirada en señal de respeto, pero también de tristeza. Nadie se atrevía a detenerla. No había palabras para consolarla. Cuando llegó a la entrada, Mo'at la esperaba junto a Norm y las hermanas de Neteyam, sus expresiones estaban desencajadas y ninguno hizo el más mínimo esfuerzo por ocultar sus lágrimas.
T/n sintió un nudo en la garganta, tan apretado que pensó que se ahogaría, y avanzó con pasos inseguros hacia el interior de la cabaña.
Y ahí estaba él.
Neteyam yacía en una camilla con su cuerpo envuelto en hojas y telas, rodeado por flores bioluminiscentes que irradiaban una suave luz azulada. Su rostro, que tantas veces había visto sereno y tranquilo, ahora parecía atrapado en un sueño del que jamás despertaría. T/n se arrodilló a su lado, temblando, mientras una ola de dolor y desesperación la envolvía por completo.
—Neteyam... —susurró, apenas en un hilo quebrado—. ¿Cómo...?
Con una mano temblorosa, acarició su mejilla, que ahora se sentía tan fría y distante. No había el menor indicio de vida en él. Su pecho, que siempre subía y bajaba con cada respiración, ahora permanecía inmóvil. Siendo solo la sombra de lo que alguna vez fue.
El dolor se transformó en una marea incontrolable de lágrimas que rodaron por sus mejillas pálidas mientras se inclinaba sobre su pecho, abrazándolo con desesperación.
—No... no, no puede ser... —sollozó, con el sonido de su voz rota en mil pedazos—. Dijeron que estabas mejorando... ¡dijeron que resistirías!
Las palabras rebotaron en las paredes, ahogadas en el dolor. T/n se aferró a él, sin querer dejarlo ir, sintiendo cómo su corazón se rompía en fragmentos más pequeños con cada segundo que pasaba.
