Capítulo 8.

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Unos días después, la nieve iba desapareciendo de las calles y con ello el espíritu navideño que aún quedaba en los corazones de las personas, y de los niños, claro.

Esa mañana, después de dejar a las niñas en el colegio, Victoria quiso ir a comprar cositas para el cumpleaños de su hija pequeña, que estaba ya a la vuelta de la esquina.

Compró platos y vasos de plástico, así como servilletas y manteles del color preferido de Fer, el verde. Además, compró las tiras de "feliz cumpleaños" y muchas más cosas que le encantaban a la pequeña.

Pero cuando volvía hacia su casa, se detuvo delante de un local que se alquilaba o se vendía. Se quedó pensando. ¿Por qué no?, se dijo a sí misma. "Es lo que siempre has querido, Victoria".

Llegó a casa todavía con el pensamiento en la cabeza, y así siguió mientras lo guardaba todo en su sitio y se sentaba en su escritorio para trabajar un poco, esperanzada en que pronto podria dejar ese trabajo que poco le gustaba para dedicarse a lo que amaba.

"Estás en casa, ¿verdad?", mensaje de Heriberto que le llegó hacía más de una hora y que no había leído. Y cuando lo vio lo llamó enseguida.

—Vicky...

—Heriberto, lo siento acabo de leer el mensaje.

—No te preocupes, cariño.

—¿Querías algo?

—No, tranquila, solo verte antes de irme a trabajar. ¿Estás ocupada?

—No mucho, pero tenía el móvil en silencio. Pero si quieres, Heri, podemos comer juntos, si todavía tienes ganas de verme, claro.

Heriberto sonrió, —Yo siempre tengo ganas de verte, Vicky. Siempre. ¿Quieres que vayamos a algún sitio o en casa?

—Vayamos a algun sitio, para cambiar un poco.

—Avísame y nos vemos donde digas. Ahora debo dejarte, tengo trabajo pendiente, cariño.

—Sí, sí, no te preocupes. Yo te aviso. Nos vemos luego.

Y antes de colgar...

—Oye, Vicky.

—¿Sí?

—Te quiero, ¿sabes?

Victoria sonrió, —Yo también, Heriberto, yo también.

Victoria se quedó un momento mirando la pantalla después de colgar. Las palabras de Heriberto le habían calentado el corazón, pero su mente seguía anclada en el local que había visto. Sentía que era el momento, que estaba preparada para dar ese salto tan grande: abrir su propio taller.

Antes de decidirse, quería hablarlo con Heriberto. Sabía que él la apoyaba siempre, pero quería escuchar su opinión, y sobre todo, compartir ese momento tan importante con él.

Guardó el móvil en su bolso y comenzó a buscar en internet otros locales de alquiler para comparar precios, justo cuando el teléfono volvió a sonar. Era una llamada del colegio de las niñas. Sintió un pequeño sobresalto antes de contestar.

—¿Victoria Gutiérrez? —preguntó la voz al otro lado.

—Sí, soy yo, ¿qué ocurre?

—Queríamos informarle que María tuvo una pequeña caída en el recreo. No es nada grave, pero creemos que lo mejor es que venga a recogerla.

Victoria sintió cómo su corazón se aceleraba, aunque intentó mantenerse tranquila.

—Voy para allá en seguida, gracias.

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