Capítulo 11.

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Al amanecer, un suave resplandor bañaba la habitación mientras Victoria se desperezaba lentamente. Heriberto dormía plácidamente a su lado, su brazo reposaba sobre ella de manera protectora. Por un instante, Victoria lo observó en silencio, agradeciendo todo lo que habían construido juntos. Con cuidado, se deslizó fuera de la cama para no despertarlo y se dirigió a la cocina para iniciar el día.

El aroma del café recién hecho y el crujir de las tostadas invadían la cocina cuando los niños comenzaron a despertar. María fue la primera en aparecer, desaliñada y con los ojos entreabiertos.

—¡Mami! ¡He tenido un sueño superraro! —dijo mientras se restregaba los ojos y se acercaba a Victoria.

—¿Ah, sí? ¿De qué se trataba? —preguntó Victoria con una sonrisa, entregándole un vaso de leche, después de darle un beso de buenos días.

—Estábamos en el parque y... ¡de repente apareció un dragón gigante! —dijo María emocionada, los ojos bien abiertos mientras narraba su sueño.

Victoria se rió dulcemente, imaginando la escena en la mente creativa de su hija.

—¡Vaya aventura! —dijo, dándole un beso en la cabeza—. ¿Me ayudas a poner la mesa?

Con una sonrisa de complicidad, María asintió. Al poco tiempo, Max y Fernanda también se unieron a ellas. Heriberto apareció poco después, despeinado y con una sonrisa somnolienta.

—Buenos días —dijo abrazando a Victoria por la cintura y besándola en la mejilla—. ¿Cómo dormiste?

—Muy bien. El desayuno ya está listo, y los niños están llenos de energía —respondió Victoria mientras Heriberto le servía una taza de café.

La familia desayunó entre risas y conversaciones sobre los planes del día. Victoria mencionó que tenía pedidos importantes que atender en el taller, pero también prometió tiempo para jugar con los niños por la tarde.

Tras dejar a los pequeños en la escuela, Victoria y Heriberto se dirigieron al taller de costura. Al llegar, Antonieta y Laura ya estaban trabajando diligentemente. Se saludaron y enseguida Victoria empezó a revisar los pedidos y a organizar los diseños, mientras Heriberto le ayudaba.

—Vamos bien —comentó Antonieta —. Solo faltan unos ajustes, y los encargos estarán listos para la semana.

Victoria asintió, satisfecha. El taller comenzaba a funcionar como ella había soñado. Heriberto, aunque debía ir al hospital, se quedó un rato más ayudando a organizar el espacio, como siempre mostrando su total apoyo a su proyecto.

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Una tarde cálida unos días después, Victoria se encontraba en el taller, concentrada en los últimos detalles de un pedido importante. Las máquinas de coser resonaban en el espacio mientras Antonieta y Laura trabajaban. El ritmo del taller estaba tomando forma, y Victoria sentía que todo avanzaba según lo planeado.

El reloj marcaba las cuatro de la tarde, y sabía que pronto tendría que ir por los niños a la escuela. Miró de reojo el diseño que estaba terminando, asegurándose de que todo estuviera perfecto antes de cerrar la jornada. Justo en ese momento, la puerta del taller se abrió y Heriberto entró con una sonrisa.

—Hola, chicas —dijo con ese tono alegre que le caracterizaba últimamente —. ¿Todo bien por aquí?

Las chicas le saludaron y enseguida volvieron a su trabajo, sabiendo que el esposo de su jefa iría directo a saludarla a ella.

Victoria lo miró sorprendida, pero contenta. — ¿Y eso, cariño? Qué pronto has salido del hospital, ¿no?

—Un paciente no ha llegado a la cita y he pensado en pasar por aquí antes de ir a buscar a los niños —explicó él, acercándose para darle un suave beso.

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