Capítulo 6.

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Al día siguiente, la nieve aún cubría las calles con un manto blanco, pero el sol, que se asomaba débilmente entre las nubes, prometía un leve respiro al frío invernal. Victoria se despertó temprano, aún sintiendo el calor en su pecho del día anterior. Recordaba el beso de Heriberto, su sonrisa tímida y el abrazo reconfortante que compartieron en el sofá mientras los niños dormían.

Todavía envuelta en su bata, preparó café y se quedó un rato mirando por la ventana. El silencio del edificio por la mañana era un contraste agradable con la algarabía de la noche anterior. Sonrió, sabiendo que probablemente Heriberto aún estuviera dormido, y que Max seguiría soñando. Había algo especial en la quietud de ese momento.

Pero esa paz fue interrumpida por un suave golpeteo en la puerta. Victoria, intrigada, se acercó y abrió lentamente. Para su sorpresa, Heriberto estaba allí, con una expresión cálida y ligeramente avergonzada, todavía en pijama y con el cabello revuelto.

-Buenos días -dijo, rascándose la cabeza-. Max me pidió que te trajera esto -extendió una pequeña bolsa de papel que tenía en la mano-. Es una excusa, ¿verdad? Creo que solo quería asegurarse de que no te hubieras escapado durante la noche.

Victoria rió suavemente, tomando la bolsa y haciéndose a un lado para dejarlo pasar.

-No pienso escapar -respondió en tono juguetón, mientras le hacía señas para que entrara-. ¿Café?

Heriberto asintió, todavía sonriendo, y cerró la puerta tras él. El ambiente entre ellos era cómodo, pero cargado de esa nueva intimidad que el beso del día anterior había traído. Aunque habían compartido muchos momentos cercanos, algo había cambiado, algo que ambos podían sentir pero que aún no habían tenido tiempo de explorar del todo.

-¿Dormiste bien? -preguntó Victoria mientras servía dos tazas de café.

-Bastante bien, aunque Max se despertó temprano y me preguntó cuándo íbamos a verte -respondió Heriberto, sentándose en la mesa de la cocina-. Creo que se ha encariñado contigo más de lo que pensé.

Victoria le pasó la taza, sentándose frente a él. Sus ojos se encontraron por un momento y, en ese intercambio silencioso, ambos recordaron el beso, ese pequeño instante de vulnerabilidad compartida. Heriberto tomó un sorbo de café y bajó la mirada, pero había una sonrisa juguetona en sus labios.

-¿Y tú? -preguntó él-. ¿Cómo dormiste?

Victoria le devolvió la sonrisa, apoyando su barbilla en la mano.

-Muy bien, aunque tuve sueños extraños. Supongo que tanta emoción de ayer... -dejó la frase en el aire, pero el brillo en sus ojos dejó claro a qué se refería.

Heriberto soltó una risa suave, relajándose un poco más en su asiento. Era increíble cómo podían hablar sin palabras, cómo la tensión entre ellos se volvía menos pesada, más ligera, ahora que habían cruzado esa barrera invisible.

-Sabes, Max y las niñas parecen haber hecho una alianza. Ayer no paraban de hablar de lo bien que se lo pasaron -comentó él, como quien busca un tema ligero para evitar que la conversación se vuelva demasiado intensa de repente.

Victoria asintió, entretenida con la idea de que los niños, sin darse cuenta, estaban siendo cómplices de algo más grande entre ellos dos.

-Creo que les gusta esta especie de... familia improvisada -dijo ella, sin poder evitar que su tono se volviera un poco más suave, un poco más vulnerable.

Heriberto se inclinó hacia adelante, dejando la taza en la mesa y extendiendo una mano para tomar la de ella.

-A mí también me gusta -dijo en voz baja, sus dedos entrelazándose con los de ella. El contacto fue tan natural como el aire que respiraban, y Victoria sintió una calidez que la recorrió por completo.

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