Capítulo 10.

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El domingo amaneció tranquilo después del ajetreo de la fiesta de cumpleaños de Fernanda. El taller aún olía a pintura fresca, mezclado con el suave aroma de los globos que habían sobrevivido a la noche. Victoria se levantó temprano, caminando descalza por la casa mientras el silencio reinaba. Los niños, agotados por la fiesta, dormían profundamente en su habitación compartida, y Heriberto seguía en la cama, con el brazo extendido en el lado donde ella había estado.

Sonriendo para sí misma, Victoria decidió aprovechar ese momento de calma. Se preparó una taza de café y se sentó en la pequeña mesa de la cocina, mirando por la ventana mientras los primeros rayos de sol iluminaban las calles aún desiertas. Había algo en las mañanas tranquilas que siempre le daba una sensación de paz, como si el día le diera una oportunidad para respirar antes de que todo volviera a moverse.

A los pocos minutos, Heriberto apareció, despeinado y con una sonrisa soñolienta.

-Buenos días, mi amor -dijo, acercándose a ella para darle un beso en la mejilla-. ¿Cómo estás?

-Bien, relajada -respondió Victoria, acariciando suavemente la mano de Heriberto-. Ayer fue un día perfecto, pero necesitaba un momento para mí esta mañana. ¿Tú qué tal dormiste?

-Como un tronco -respondió él con una pequeña risa-. Creo que los niños me agotaron tanto como a ellos el cumpleaños. Fue una buena fiesta.

Ambos sonrieron, recordando los momentos divertidos del día anterior. Heriberto se sirvió una taza de café y se sentó frente a ella, mirándola con una expresión tranquila pero llena de complicidad y de amor.

-¿Qué planes tenemos para hoy? -preguntó él, curioso.

-No muchos. Podemos llevar a los niños al parque. Y, bueno, debo terminar de organizar el taller -respondió Victoria, dándole un sorbo a su café-. Aún hay algunas cosas por hacer antes de abrir oficialmente.

Heriberto asintió, sabiendo lo importante que era el taller para ella.

-Te ayudaré con lo que necesites. Quiero que todo esté listo para cuando comiences a recibir pedidos más grandes.

-Gracias, cariño -respondió ella, tocando su mano por un momento-. A veces me cuesta creer que todo esto esté pasando. El taller, la familia que estamos construyendo... Es más de lo que alguna vez soñé.

-Y aún es solo el comienzo -le recordó Heriberto con una sonrisa alentadora-. Tienes mucho talento, Vicky. Este taller va a ser algo grande, lo sé. Y siempre estaremos aquí para apoyarte.

Victoria asintió, sintiéndose más confiada con cada palabra de él. Justo en ese momento, escucharon pasos suaves en el pasillo. Fernanda apareció primero, arrastrando su mantita y con el cabello despeinado, seguida de cerca por María, que también se veía medio dormida.

-Mami, ¿ya es de día? -preguntó Fernanda, restregándose los ojos.

-Sí, mi amor, ya es de día -respondió Victoria con una sonrisa-. ¿Habéis dormido bien?

-Sí... soñé con mi fiesta -dijo Fernanda, subiendo a las rodillas de su mamá.

María asintió y se acercó a Heriberto, abrazándose a él con confianza. Max no tardó en aparecer también, un poco más despierto que las niñas, pero con la misma expresión relajada.

-¿Qué haremos hoy? -preguntó Max, dirigiéndose tanto a su padre como a Victoria, su madre.

-Pensábamos ir al parque -respondió Heriberto-. Y luego, quizá, si os apetece, podríamos hacer algo especial para comer todos juntos.

Los niños respondieron con entusiasmo, sus ojos iluminándose ante la idea de una aventura en el parque. Mientras ellos empezaban a hablar sobre a qué juegos querían subirse y qué actividades querían hacer, Victoria se tomó un momento para observar la escena frente a ella.

Entre paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora