Capítulo 11

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Las mujeres sostienen la mitad del cielo


El ruido del movimiento de paquetes hizo madrugar a los otros dos chicos. Antonio se había despertado relativamente temprano para terminar de llevarse las últimas cosas que quedaban. Aunque intentaba ser lo más silencioso posible, terminó despertando a sus dos amigos sin quererlo.

—¿A qué hora os vais? —preguntó un soñoliento Alex. Antonio miró el reloj de muñeca.

—Dentro de unos minutos deberían estar aquí. Ya han salido del hotel, así que no tardarán en llegar —respondió mientras ajustaba su última maleta.

Daniel salía de su cuarto con la boca abierta en un largo bostezo, despeinándose con las manos.

—Te echaremos de menos. Bueno, más bien, echaremos de menos a la única persona que sabía cocinar de los tres —bromeó.

Antonio rió, ajustándose la camisa.

—Espero que no incendiéis la cocina en las últimas semanas que os dejo solos. Portaros bien mientras no estoy para cuidaros. Si Dios quiere, nos veremos este verano. Sabéis que podéis venir a mi casa en cualquier momento.

—Cualquier persona con piscina es mi amigo —respondió Daniel, sonriendo.

El tono de llamada del móvil de Antonio sonó sin cesar, y Alex lo observó mientras contestaba con seriedad. Su amigo vestía un conjunto arreglado, impecable, como si estuviera a punto de asistir a una reunión de negocios en lugar de regresar a su pueblo. Parecía mayor de lo que era, aunque en un buen sentido. Siempre lo había considerado alguien maduro.

Hacia las doce del mediodía, la ruidosa familia de Antonio llegó al piso. Antonio hizo salir a sus dos compañeros de piso para que saludaran y se despidieran de él.

—Ya sabéis, Ronda es conocida por lo bonita que es —dijo Antonio mientras su madre repartía besos y abrazos. En esa visita, Alex no se sintió tan abrumado por la efusividad de la mujer; estuvo más concentrada en Daniel, a quien no había podido conocer bien el día anterior.

—Estaré encantada de tener unos invitados tan apañados como vosotros —dijo la madre, sonriendo—. Ya tenemos la piscina lista, cuando queráis daros un chapuzón.

—Y si no nos vemos este verano, nos volveremos a ver dentro de unos meses aquí —añadió Antonio—. Ya he hablado con la casera, no habrá problema en renovar contrato para el año que viene.

Aquella noticia alegró un poco la despedida amarga. Alex odiaba decir adiós.

—Iremos a visitarte algún día, tenlo por seguro —dijo Daniel, entusiasmado— ¿Verdad, Alex?

Alex asintió con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Unos abrazos y promesas después, Antonio finalmente salió por la puerta, dejando el apartamento aún más vacío.

—Parece que estaremos los dos solos a partir de ahora —dijo Daniel, estirándose mientras hacía amago de regresar a su habitación. Probablemente se volvería a acostar.

Justo en ese momento, el portero sonó.

—O puede que no —comentó Daniel, levantando una ceja con curiosidad.

Ambos chicos se miraron, confundidos. Supusieron que Antonio se habría olvidado de algo. Sin embargo, cuando abrieron la puerta, la sorpresa fue otra.

Una chica rubia, con el rostro enrojecido por el calor, apareció frente a ellos. Parecía haber corrido una maratón, aunque era más probable que el sofocante calor del mediodía fuera el culpable.

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