Capítulo 26

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No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí puedes evitar que anide en tu cabellera


La mente de Alex se quedó paralizada, incapaz de asimilar la espeluznante imagen del hombre desplomándose al suelo, la lanza aún incrustada en su cabeza. Sus ojos temblaron ligeramente, como buscando confirmar que el cuerpo a sus pies ya no era más que un cadáver.

La punta del arma sobresalía grotescamente del cráneo, manteniendo el palo erguido. El horror lo golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. Sintió cómo la náusea comenzaba a revolverse en su interior, pero no era solo por la imagen del cuerpo desplomado. Era algo más profundo, una sensación de asfixia, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto tóxico. Intentó respirar hondo, pero cada bocanada de aire solo avivaba el incendio en su pecho, como si estuviera inhalando cenizas. Apartó la mirada, incapaz de soportar un segundo más la visión de la lanza atravesando el cráneo. ¿Cómo podía algo tan irreal estar sucediendo delante de sus propios ojos?

La vista encontró a Li, pero eso solo empeoró la situación.

La joven que le había salvado la vida estaba jadeando, rodeada de muerte. La sangre manchaba su piel pálida y parte de su ropa, pero Alex no supo decir si era de ella o de las víctimas que yacían inertes a su alrededor. Su cerebro parecía moverse con lentitud del miedo. Mientras su cuerpo se paralizaba, Li actuaba con una precisión implacable, cerrando la distancia entre ambos y empujándolo a moverse.

Aunque Alex estaba físicamente presente, su mente estaba atrapada en un bucle, incapaz de librarse de la vista de las sombras inertes que se expandían como manchas oscuras sobre el suelo. Ni su cuerpo ni su conciencia respondían a la voz distante de Li. Lo único que sintió fue cómo ella lo arrastraba fuera de esa habitación.

Dejaron cuatro cuerpos atrás. Ninguno de los dos miró hacia atrás. No había necesidad. Los muertos no perseguían a los vivos. Al menos, no físicamente.

La siguiente hora fue un borrón. Imágenes difusas de él inclinándose al lado del coche para vomitar, y el incómodo silencio del trayecto al hotel. Todo se mezclaba como una película mal montada en su cabeza.

Una voz interior insistía en que se alejara de Li. La chica que alguna vez había visto como su salvadora estaba teñida de sangre. Cada vez que la miraba, la palabra asesina aparecía en su mente como un sello, nublando todo lo demás.

Sí, había matado a un monstruo. Sí, había apuñalado la mano de una mujer. Pero acababa de matar a personas.

Había visto a Li hacer cosas asombrosas. Se había enfrentado a criaturas imposibles, tomado decisiones arriesgadas y violentas. Pero nada de eso se comparaba con lo que había presenciado esa noche. Había una diferencia abismal entre enfrentarse a monstruos y quitarle la vida a seres humanos.

Li había intentado hablar con él, pero Alex no podía articular una sola palabra. Sentía que las frases se atascaban en su garganta, sofocándolo. Era irónico cómo los roles se habían invertido. Horas antes, había sido él quien no dejaba de hablar, y ella quien lo mandaba a callar.

La joven había estado de pie frente a él, inmóvil durante unos segundos, como si estuviera esperando una reacción que nunca llegó. Sus ojos, normalmente inexpresivos, parecían buscar algo en el rostro de Alex. Una palabra, un gesto, cualquier señal de que estaba procesando lo ocurrido. Pero cuando nada sucedió, suspiró apenas audible y dio un paso hacia atrás. Fue en ese momento que Alex sintió una punzada en el pecho, como si algo se hubiera roto entre ellos sin que se dijera una sola palabra. No era como si hubieran establecido la relación más cercana de su vida en esos días, pero Alex quería pensar que habían progresado en lo que podría haber llegado a ser llamado como amistad.

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