Capítulo 22

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El mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora


—¿De verdad que no podemos esperar a mañana?

Alex no se sentía cómodo con la situación. No era tanto por estar en un lugar aislado y algo siniestro; estaban dentro del coche, estacionados junto a un restaurante que tenía algunos clientes. Su inquietud venía por otra razón: armas.

Nunca había tenido contacto con ellas más allá de los videojuegos o las ferias con escopetas de aire. En sus dieciocho años de vida, ni siquiera recordaba haber visto una armería. Sin embargo, frente a él, había una. Cerrada, por suerte. Aún así, el cielo teñido de un rosado que ya comenzaba a oscurecerse, solo añadía un aire más ominoso a su misión.

Nada de lo que habían hecho juntos había sido sencillo, pero estar cerca de armas le parecía aún peor que enfrentarse a dos leones. «Bueno, tampoco tanto», pensó. Lo cierto es que era complicado decidirse por un ranking de los momentos más peligrosos con Li.

Li le había asegurado que esa tienda cerrada no era su destino, pero la ansiedad de Alex no disminuía.

¿De verdad era necesario eso? ¿Qué había de malo en quedarse en el hotel y descansar? Las últimas aventuras con Li solo lo habían llevado al borde de la muerte... dos veces. ¿Sería esa la tercera? Li, en cambio, estaba tranquila. Le había prometido que lo protegería. Ya lo había hecho antes. Pero para Alex, esa promesa comenzaba a sonar vacía. No porque no confiara en ella, sino porque sus palabras no eran ningún consuelo respecto a la magnitud de los peligros.

—Repite las instrucciones —pidió Li, con su tono siempre controlado.

—Callado y detrás de ti —respondió Alex sin convicción—. Aunque, no le veo sentido cuando empiezas a luchar.

—No te preocupes.

Esa frase, pensó Alex, se había convertido en una señal de que algo estaba a punto de salir mal. Cada vez que la escuchaba, su vida parecía pender de un hilo.

—Dice que no es peligroso —dijo Li, restándole importancia a la situación.

Alex recordó la nota que habían encontrado escondida en las galletas de la fortuna. Alguien estaba ayudando a Li en secreto, desde dentro de su propia comunidad.

Li salió del coche rápidamente, y Alex la siguió. Cruzaron la acera hacia un portal al lado de la armería cerrada, donde un hombre que salía del edificio les sostuvo la puerta, creyendo que eran inquilinos. Alex le dio las gracias, sintiéndose incómodo por el engaño.

Una vez dentro, en lugar de subir, Li caminó hasta el final del pasillo, hacia lo que parecía ser solo una pared. Alex estuvo a punto de preguntar adónde iban, pero vio cómo ella abría una puerta casi invisible bajo las escaleras.

—Mantenimiento —leyó Alex en voz alta.

Li giró el pomo y entraron en una sala pequeña llena de productos de limpieza y máquinas que Alex no pudo identificar. Li avanzó por la sala, cuyos azulejos sucios y gastados reflejaban débilmente la escasa luz. Las paredes parecían estar impregnadas de un olor a humedad y productos químicos, como si nadie hubiera ventilado aquel lugar en décadas. Cada paso resonaba ligeramente, creando un eco que amplificaba el silencio opresivo. Sin vacilar, ella continuó hacia una segunda puerta, aún más oculta. Esta sí tenía cerradura.

Li sacó el accesorio que mantenía su moño en su sitio, liberando su larga melena negra. Sin decir nada, comenzó a manipular la cerradura con el extremo afilado del palo.

—No tenemos invitación, ¿verdad? —murmuró Alex—. Creía que íbamos a visitar a amigos.

No se había dado cuenta de lo afilado que era aquel objeto hasta que vio cómo lo manejaba Li. Pudo abrir la puerta en cuestión de segundos, algo que Alex le parecía imposible. Recordó la vez que Daniel, él y sus amigos habían quedado atrapados fuera de su casa porque Daniel dejó las llaves puestas por dentro. Después de horas de intentarlo, terminaron llamando a un cerrajero que les cobró una fortuna pasada la medianoche.

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