Capítulo 23

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El sabio no dice lo que sabe, y el necio no sabe lo que dice


Alex fue empujado bruscamente hacia el interior del apartamento. La luz parpadeante de una lámpara de techo apenas iluminaba el espacio, proyectando sombras largas y distorsionadas en las paredes desconchadas. El hedor a humedad y tabaco rancio le llenó las fosas nasales. Los ecos de voces y el crujido de tablas viejas bajo sus pies le indicaban que ese lugar estaba lejos de ser seguro.

El hombre que había estado vociferando se quedó en silencio en el acto cuando lo vio aparecer por la puerta, escoltado por sus compañeros.

La persona detrás de Alex lo agarró por el hombro, obligándolo a dar la vuelta para encararlo. Al principio, Alex no vio a nadie, pero cuando bajó la mirada, se percató de la figura del hombre calvo, que era mucho más bajo que él. Alex sobresalía una cabeza de altura sobre él. El hombre intentó alargar su cuello, elevando su barbilla en un esfuerzo por parecer más imponente ante el chico frente a él. La escena hubiera sido cómica de no ser por la pistola que sostenía en la mano.

—¿Eres imbécil o qué? —el hombre alzó la pistola—. Tenías a un niño en la puerta y no te has dado ni cuenta. Y vosotros también. ¿No se suponía que habíais salido a buscarlo? ¿Cómo no lo habéis visto?

Uno de los otros desvió la mirada, avergonzado.

—Es que... no lo vimos.

El hombre con la pistola bufó, exasperado.

—¿Y cómo lo has visto? ¿Acaso eres un puto ciego?

Alex permanecía inmóvil, intentando desaparecer bajo sus propios pies. Las miradas de los hombres lo hacían sentir pequeño, aún más que la pistola que lo amenazaba.

—¿Este es el que ha forzado la entrada?

No ocultaron su sorpresa, lo cual era comprensible. Cualquiera que mirara a Alex lo descartaría como una amenaza. Con sus delgados brazos carentes de músculo y su rostro que aparentaba una edad más joven de la que tenía en realidad —aún más joven por su afeitado reciente—, nadie creería que había interrumpido en la guarida de unos matones armados.

—¿Estaba solo?

—Sí —respondió Alex apresuradamente. Mala idea. Su rápida respuesta solo incrementó las sospechas de los hombres.

—Volved a dar otra vuelta a ver si encontráis a alguien más —ordenó el hombre armado, observando de pies a cabeza a Alex—. Es imposible que haya venido por su cuenta.

Alex abrió la boca, pero rápidamente la volvió a cerrar. No era el momento adecuado para sentirse ofendido por algo en lo que los esos hombres llevaban razón. Su principal preocupación era que no encontraran a Li. En cuanto a él. Seguramente Li encontraría una forma de salvarlo, ¿verdad?

—¿Y bien? —preguntó el hombre una vez que se hubieron ido las otras tres personas. Aparentemente, consideraban que Alex era tan inofensivo que solo necesitaban a una persona para vigilarlo—. Eres diferente a los otros que he conocido. No tienes pinta de ser uno de ellos. Entonces, ¿cómo es que has acabado aquí?

Alex guardó silencio. No porque pudiera permitirse el lujo de no responder, sino porque no tenía respuestas que pudiera ofrecerle, al menos ninguna que él pudiera creer. Se preguntó si aquellos hombres sabían acerca de las personas como Li.

Li. Aún no había señales de ella. ¿Dónde estaba?

—¿No vas a responder? —habló el hombre, evidentemente molesto por el silencio de Alex.

El joven comenzó a tartamudear. No sabía qué decir para evitar que el gatillo fuera apretado. ¿Sería capaz ese hombre de disparar? Estaban en un sótano, varios metros bajo tierra. Si disparaba, el sonido sería amortiguado.

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