Capítulo 25

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Un error momentáneo llega a ser un remordimiento eterno

Li no se movió del sitio. Alex quiso gritar, pero la voz se le quedó atrapada en la garganta, incapaz de salir. Se quedó allí, inmóvil, con los pies pesados como si estuvieran pegados al suelo. La distancia entre Li y el hombre armado era mínima, apenas lo que permitía la estrecha habitación. Acertar sería fácil, esquivar casi imposible —aunque el concepto de imposible se veía reducido cuando se trataba de Li—.

El corazón de Alex latía con fuerza. No estaba preparado para lo que estaba a punto de suceder. Si Li caía, sería la gota que colmaría el vaso en esa montaña rusa de emociones que había soportado los últimos días. Quiso cerrar los ojos, deseando evitar la imagen de un asesinato ante él, pero algo dentro de él se resistía.

Sin embargo, pronto se percató de algo.

Li seguía de pie.

¿Cómo? Alex se movió unos centímetros hacia un lado, buscando una explicación. El hombre, con el arma en mano, parecía tan confundido como él. Apretaba el gatillo con fuerza, pero no ocurría nada. Alex, en medio de su pánico, se dio cuenta de que no había escuchado ningún disparo. Entonces lo vio: Li sostenía un pequeño objeto en su mano, balanceándolo de manera arrogante. La linterna apenas iluminaba su figura, pero ambos hombres clavaron su mirada en la caja rectangular metálica.

Li había robado el cargador de la pistola.

¿En qué momento lo había hecho sin que nadie lo notara?

—¿Estás bien? —susurró Li.

—Sí —volvió a mentir Alex.

La confusión duró poco. El ruido atrajo a los otros dos hombres. Li no se quedó quieta; giró sobre sí misma y lanzó el cargador hacia Alex. Él, torpe en su reacción, casi lo dejó caer al intentar atraparlo. Mientras tanto, la joven se agachó para recoger su mochila, que había caído al suelo durante la pelea.

Alex apenas tuvo tiempo para procesar lo que ocurría, y para él, ser un simple espectador ya no era una opción. Los recién llegados habían notado su presencia, y dos de ellos se centraron en él. La salida estaba bloqueada, la habitación era pequeña, y Alex no tenía lugar donde escapar. Guardó el cargador en su bolsillo y miró a su alrededor, buscando desesperadamente una solución.

El corazón de Alex no paraba de golpear su pecho, como si quisiera escapar. Sus piernas temblaban, y el sudor le cubría la frente, resbalando por sus cejas, entrando en sus ojos. El escozor de las lágrimas mezcladas con sal y miedo lo cegaba. Quería correr, esconderse, y al mismo tiempo, una parte de él deseaba ser valiente. Pero el coraje era algo que solo existía en las historias. Allí, en esa habitación, solo existía el instinto de supervivencia, y para él, eso significaba una cosa: no ser una carga para Li.

Ya había intentado ser un héroe antes y había salido mal. Esa vez debía aceptar la realidad: en situaciones como esa, solo era un estorbo. Si quería ayudar, la mejor opción era no ser una preocupación para ella. Alex confiaba en las habilidades de la chica. No tenía otra opción, tampoco.

Cruzó la habitación con rapidez, viendo de reojo cómo Li sacaba varios cuchillos de su mochila. ¿Cuchillos? ¿O eran puñales? ¿Y cómo es que no lo había sacado antes?

Las hojas afiladas brillaban con las luces de las linternas.

«¿No es demasiado?», pensó. Pero en ese momento, su mente no podía detenerse en preocupaciones morales.

Saltó sobre unas cajas de madera con una agilidad que nunca antes había mostrado. El miedo y la adrenalina impulsaban su cuerpo de una manera que ni él mismo reconocía. Siempre había sido pésimo en deportes, pero en ese instante, se movía como si su vida dependiera de ello, y en cierto modo, así era.

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