Capítulo 24

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No hay manjar que no empalague, ni vicio que no enfade


El primer pensamiento de Alex fue que había cerrado los ojos para no ver lo que estaba ocurriendo, como si así pudiera evitar el dolor inminente. Pero al parpadear, intentando ahogar las lágrimas, supo que aún no había muerto. Descubrió que las luces se habían apagado, y las voces de los hombres que lo rodeaban se alzaban, impacientes.

La presión sobre su cuerpo desapareció y, por un momento, Alex pudo respirar, temblando mientras intentaba recuperarse del pánico.

—Joder, este puto sitio siempre dando problemas —gruñó uno de los hombres—. Ayer fue el agua, hoy la luz.

—Voy a ver qué pasa. ¿Tan difícil es presionar unos putos botones?

—Qué ganas de irnos de este lugar de mierda. Es horrible.

El segundo hombre se alejó, y Alex aprovechó el silencio para relajarse un poco, pero su cuerpo seguía pegado a la silla, el miedo aún lo retenía. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera de golpe y unos pasos regresaran.

—¿Qué están haciendo que no hay luz aún? —dijo con frustración el hombre que se había quedado con Alex.

El repentino sonido de un golpe resonó en la habitación, seguido de otro. Alex apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una luz lo cegara momentáneamente. El hombre había encendido la linterna de su teléfono móvil, pero lo que más capturó la atención de Alex fue la sangre que brotaba de la nariz de su captor, manchando sus manos.

La luz de la linterna empezó a moverse de un lado a otro, relevando fragmentos de la cocina. Lo poco que Alex pudo distinguir solo intensificó su miedo: la pequeña habitación entonces parecía el escenario de una película de terror.

Mientras su respiración se hacía más pesada, un ruido ligero como una brisa rozó su nuca, haciendo que se erizara el vello. No había ventanas en esa habitación, ¿de dónde venía el aire? De nuevo, el joven pensó en correr, pero el miedo lo mantuvo clavado en la silla, incapaz de moverse.

El hombre barbudo frente a él tomó un cuchillo, el mismo que minutos antes había amenazado con usar para cortarle el brazo. Aunque sus ojos mostraban miedo, intentaba disimularlo adoptando una postura defensiva.

Alex percibió un aroma familiar, un perfume floral que chocaba violentamente con el hedor del apartamento. Cerró los ojos un instante, permitiendo que esa fragancia le ofreciera un breve respiro.

Antes de que su mente identificara el olor, sintió unas manos sobre él. Quiso gritar, pero no pudo. Una de las manos silenció cualquier sonido, ahogándolo en su garganta, mientras la otra lo arrastraba fuera de la silla. A pesar de la fuerza con la que lo movían, las manos eran sorprendentemente suaves, libres de callos y asperezas, pero firmes. Al fin y al cabo, si no lo fueran, jamás habrían logrado arrastrarlo en la oscuridad. Aunque, claro, él tampoco opuso resistencia. Se dejó llevar por las sombras.

—Silencio —susurró una voz femenina.

Li.

Los ojos de Alex comenzaron a adaptarse a la penumbra, lo cual le sorprendió, ya que no había ventanas por las que pudiera entrar la luz de la luna. Aun así, distinguió la silueta inconfundible de Li, a escasos centímetros de él.

—Nunca obedeces —lo regañó ella en voz baja.

—Estoy bien, gracias por preguntar —respondió sarcásticamente Alex.

A pesar de no verla , juró haber visto sus ojos rodar.

—¿Estás bien? —preguntó Li.

—Sí —mintió.

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