Capítulo 4

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Un caballo ciego siempre se asusta a sí mismo


—Alex, la cena está lista.

El sonido de la puerta abriéndose se filtró en su sueño, como un eco lejano que lo arrastraba lentamente hacia la realidad.

—Despierta. Sé que el examen ha sido difícil, pero como sigas así vas a suspender el siguiente.

Sintió cómo las sabanas eran apartadas y se dio cuenta del frío que hacía, algo extraño para un día de junio.

—Venga, despierta, hoy Antonio invita a la cena.

Finalmente reconoció la voz de Daniel.

—Ha terminado su último examen —anunció, animado—. Así que ha cumplido su promesa de que nos invitaría a cenar cuando terminara el curso —explicó—. Aunque he reconocer que me sorprende que la haya cumplido, pensé que sólo lo decía para llevarme la contraria.

Daniel siguió hablando durante un minuto, aunque pareció aburrirse al no obtener respuesta por parte de su compañero.

Lo siguiente que Alex escuchó fue el sonido de los pasos que indicaban que el chico había abandonado la habitación.

Alex se llevó la mano a la cabeza. Sentía la cabeza como si un martillo le hubiera golpeado repetidamente. Un dolor sordo y punzante le retumbaba en las sienes. Por su cabeza pasaron las imágenes difusas de una chica y una serpiente.

Se tapó la cara con ambas manos mientras se incorporaba en la cama, una pésima idea, ya que lo siguiente que experimentó fue un terrible mareo que le provocó náuseas.

Extendió el brazo para comprobar la hora en su móvil. Eran las nueve. Irónicamente, lo siguiente en lo que pensó fue en su examen. Una intrusa había irrumpido en su casa, y una serpiente —¿era venenosa?— lo había mordido. Y sin embargo, su primera preocupación era que había perdido la tarde durmiendo.

Se rio al darse cuenta de que estaba más preocupado por su prueba universitaria que por la surrealista situación que había experimentado esa tarde. Era tan extraña que comenzaba a dudar si se trataba de un simple sueño.

«Bueno, estoy vivo, así que supongo que si esa serpiente era real, no era venenosa», pensó.

Quiso levantarse, se obligó a ello, pero sintió que verdaderamente necesitaba seguir durmiendo hasta el día siguiente. Se sentía completamente exhausto, tanto física como mentalmente.

Su intento por olvidar los acontecimientos de ese día fue en vano cuando su atención se dirigió a su brazo derecho. Si en algún momento había dudado si lo sucedido había sido real, allí tenía la prueba que confirmaba que todo lo que había ocurrido no era parte de un mal sueño: una pulsera oscura adornaba su muñeca.

Alex tuvo que encender la luz para poder ver mejor el brazalete. Tenía la forma de la serpiente que le había mordido. La cabeza del animal estaba en el mismo lugar donde sus colmillos se habían clavado. Para su sorpresa, los colmillos parecían seguir incrustados en su piel, aunque el dolor había desaparecido y sólo sentía un leve cosquilleo en la zona afectada.

La serpiente se enrollaba dos veces alrededor de su muñeca, su cuerpo tan apretado que sentía su pulso latir bajo las escamas frías y rígidas. Lo que una vez fue una serpiente ahora se había petrificado, si es que podía ser definido de esa manera. El material era duro y los colmillos encorvados hacían imposible que Alex pudiera desprenderse de su nuevo accesorio. La presión era lo justo para no hacerle daño, pero tampoco le daba opción a quitársela.

Las voces de sus compañeros de piso lo devolvieron al mundo real. Ambos chicos lo llamaban desde el salón, parecían estar esperándolo para cenar.

Estaba preocupado por qué excusa daría si le preguntaban por el brazalete, algo seguro porque no era discreto ni fácil de disimular. Sin embargo, las alternativas eran escasas, así que simplemente decidió salir de su habitación en dirección al salón.

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