Capítulo 14

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Cava el pozo antes de tener sed


—¡Están viniendo! —apremió Alex, nervioso al ver cómo el grupo estaba acortando la distancia a gran velocidad. Las tres personas estaban al otro lado de la intersección, relativamente lejos. Alex aún seguía sorprendido por increíble vista del chico de las gafas, quien se había percatado de su presencia incluso a esa distancia.

Li arrancó el coche de un tirón. Había tráfico, pero ella se abrió paso entre los vehículos, maniobrando con determinación.

Por el otro lado, el grupo esperaba en el paso de peatones, donde el semáforo estaba en rojo. No había forma alguna de que unas personas pudieran seguir un coche. Al menos, eso pensaba Alex.

Sin embargo, cuando el coche giró a la derecha, el grupo abandonó el paso de peatones y comenzó a seguirlos por la acera. Casi fueron atropellados otro paso de peatones sin semáforo, mientras los claxon de los coches resonaban a su alrededor.

Aunque iban en coche, la velocidad era limitada, y no por las normas de tráfico, sino por el denso flujo de vehículos. Aun así, Li conducía de forma brusca, abriéndose paso entre los coches. La imagen que Alex tenía de ella como una buena conductora se esfumó rápidamente; su estilo se había vuelto temerario.

Alex miró por el retrovisor.

—¿Nos están siguiendo? —exclamó asombrado.

Para su incredulidad, el grupo seguía tras ellos, corriendo por la acera sin perder de vista el coche blanco. La perseverancia de esas personas era alarmante. ¿Cómo podían seguirles el ritmo a un coche?

Li apretó el acelerador cuando se acercaron a un semáforo que estaba a punto de ponerse en rojo. Se metió peligrosamente en la intersección y volvió a girar a la derecha. Alex no estaba seguro de si tenían un destino fijo o si se trataba de una persecución sin rumbo.

—Espera —dijo de repente Alex—, me acabo de dar cuenta que he podido ver de lejos.

No se había puesto lentillas esa mañana. Se habían quedado en su piso, junto con sus gafas, cuando había salido apresuradamente al huir. Con suerte, había logrado calzarse las zapatillas.

Li lo miró de reojo, pero su expresión permanecía indiferente. Estaba demasiado concentrada en el volante como para darle importancia a lo que Alex decía.

—Tengo miopía —explicó Alex—. Bastante —añadió—. Y no llevo lentillas ni gafas. No entiendo cómo he podido verlos a más de cincuenta metros.

Era inexplicable. Sin gafas, todo debería estar borroso. Pero su visión era perfecta.

Li, finalmente, pareció interesarse por lo que decía.

—Eso es malo —comentó, mientras echaba un rápido vistazo a los retrovisores y comprobar si los seguían—. Muy malo.

—¿Por qué? —preguntó, con un nudo formándose en el estómago.

—Vinculación —respondió Li—. El amuleto se está vinculando a ti.

—¿Y eso qué significa? ¿Por qué es malo?

—Si se vincula, no se quita.

Alex se estremeció.

—¿Cómo se evita eso?

—Quitándolo. No hay tiempo.

Li hizo una pausa, y Alex sintió el peso de la gravedad de la situación.

—¿Qué pasa si se vincula antes del domingo? —preguntó, temeroso de la respuesta.

—No podrás quitar el amuleto nunca.

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