Capítulo 20

13 4 0
                                    

El que teme sufrir ya sufre el temor


—Li —pronunció Alex, el tono de su voz cargado de incertidumbre. A pesar de encontrarse en territorio enemigo, rodeada y desarmada, Li irradiaba una confianza inquebrantable. En contraste, Alex se mantenía el mismo: indefenso, sin ninguna habilidad para defenderse. Sabía que, en esa confrontación inminente, volvería a ser un mero espectador, condenado a contemplar su inutilidad.

—Debajo de una mesa —susurró Li, lanzándole la mochila antes de dirigirse velozmente hacia la barra.

Por un instante, Alex dudó. ¿Refugiarse bajo una mesa bastaría para protegerse de dos leones? Su instinto le decía que no, pero su cuerpo actuó antes que su mente. Corrió hacia la mesa más cercana y se deslizó debajo.

Li, mientras tanto, se lanzó a su primer movimiento, sus acciones precisas y calculadas. Parecía que, al final, sí que habría una pelea. La mujer a la que enfrentaba no era rival para Li; su torpeza en el combate era evidente. Alex no pudo apartar la mirada mientras Li, con destreza sobrehumana, desafiaba a la mujer y a los leones, que no tardaron en unirse a la lucha.

Los músculos de Alex estaban tensos, congelados, mientras veía cómo Li enfrentaba con valentía a los leones. Sentía que su corazón palpitaba de manera irregular, resonando en su pecho como un tambor desafinado. Cada segundo que pasaba bajo la mesa aumentaba su incomodidad, y el eco de su inutilidad rebotaba en su mente.

«¿Qué hago aquí?»

No era un héroe, ni un guerrero. No era más que un espectador asustado, atado por su propia cobardía.

Los leones se detuvieron al percatarse de la presencia de Alex. Aunque imponentes, parecían reticentes a avanzar más allá de un metro, como si una fuerza invisible los retuviera. Aún así, Alex sintió su mirada fija en él, como si lo evaluaran.

Temblando, Alex se arrastró más allá de la mesa, consciente de que, en cualquier momento, esa frágil distancia podría quebrarse. Los minutos se estiraron, la tensión en el aire volviéndose casi insoportable. El miedo lo paralizaba, pero no podía quitarle los ojos de encima a Li. Ella seguía moviéndose con agilidad, atacando y esquivando, pero los leones parecían imposibles de dañar, su cuerpo de bronce permaneciendo intacto ante cada golpe.

Mientras veía a Li luchar, su mente divagó por un segundo. Recordó la vez anterior cuando habían sido atacados por aquel monstruo en forma de ave gigante. Entonces, igual que en ese momento, él había sido inútil, y ella había manejado todo con la misma calma implacable. Se preguntó qué la hacía tan fuerte, qué había en su interior que le permitía moverse sin titubear, mientras él quedaba atascado en su propio miedo.

El sonido de una puerta abriéndose distrajo a Alex. Desde la cocina emergió un hombre, aparentemente el cocinero, con un cuchillo enorme en las manos. Li no le prestó atención, y el hombre, a pesar de su arma, empezó a temblar ante la presencia de la joven.

De repente, un golpe sordo resonó en el local. Alex, sin darse cuenta, había golpeado la mesa con su rodilla. Los leones, hasta ese momento concentrados en Li, desviaron su atención hacia él, y la furia en sus ojos se hizo aún más evidente.

Un terror profundo invadió a Alex. Se sentía la respiración de los leones a menos de un metro de distancia, y su corazón latía desbocado. Sabía que un simple zarpazo podría destrozarlo. Intentó cubrirse con su brazo derecho, un reflejo inútil pero inevitable. Quiso cerrar los ojos y no ver lo que se avecinaba, pero se forzó a mantenerlos entreabiertos, como quien mira una película de terror a través de los dedos.

Los leones no avanzaron. ¿Por qué? ¿Acaso la mujer que controlaba a las bestias necesitaba que los mantuvieran con vida? Los gritos desde el frente del local interrumpieron sus pensamientos: Li había desarmado al cocinero y acorralaba a la mujer; quien gritaba con desesperación

VINCULADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora