Capítulo 2

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Todos los ríos van al mar, pero el mar no se desborda


Sonó la segunda o tercera alarma que había programado. Alex se obligó a levantarse. Había escuchado la primera, pero había decidido ignorarla deliberadamente, repitiéndose "solo unos minutos más" durante los casi diez minutos posteriores.

Al abrir los ojos, lo primero que hizo fue mirar hacia el escritorio. La lámpara había permanecido encendida toda la noche, proyectando una luz cálida en un intento de proporcionar calor al huevo. Nada había cambiado. El objeto ovalado seguía siendo del mismo blanco brillante, casi artificial.

El silencio de la habitación solo era interrumpido por el suave zumbido del ventilador. Mientras observaba el huevo, un vago recuerdo cruzó su mente: había intentado cuidar de una pequeña cría de gorrión caído de un nido en el jardín de sus tíos. Recordó al Alex de trece años que había pasado días intentando salvar al animalito, construyendo una caja como refugio, dándole comida y agua. Sin embargo, al final no pudo salvarlo. Recordaba la decepción que sintió entonces. Y también recordaba que desde entonces, había evitado involucrarse en ese tipo de situaciones, pero allí estaba él, repitiendo algo parecido, aunque mucho más extraño.

Aún medio dormido y bostezando, se fue al aseo. Tal vez lavarse la cara lo despertara. El agua refrescante contrastaba con la temperatura elevada de esa mañana de verano. Durante la noche, se había visto obligado a encender el ventilador que se había traído de su casa. Apoyándose en el lavabo, levantó la cabeza. Su reflejo le devolvió la mirada en el espejo. Los mechones mojados caían hasta casi llegar a la altura de sus ojos. Su expresión somnolienta hacía que sus ojos parecieran líneas horizontales y delgadas.

Con el pelo negro cayéndole sobre la frente, Alex siempre se veía más joven. Odiaba esa imagen desaliñada, sobre todo porque a menudo la gente decía que no aparentaba su edad. Incluso le seguían pidiendo el DNI para entrar a los bares. Por eso prefería dejarse una barba de tres días, aunque no le apasionaba.

—¿Ya estás despierto? —preguntó Daniel, quien estaba sentado en la silla del escritorio de Alex cuando este entró a su cuarto después de ducharse.

Alex dio un brinco por la sorpresa  al  ver  a  su  compañero  en  su habitación, aunque era algo a lo que debería haberse acostumbrado tras esos últimos meses, pues se había convertido en un hábito que Daniel invadiera sin previo aviso su cuarto.

Daniel seguía en pijama, con sus rizos alborotados. Ni siquiera había pasado por el baño. A Alex le sorprendía verlo despierto tan temprano; su compañero solía levantarse justo antes de la hora de comer, y ya se había perdido innumerables clases por ello. Se preguntaba cómo era posible que su compañero pudiera aprobar aun yendo apenas a la universidad.

Mientras Alex se movía por la habitación, Daniel no apartaba la vista de la caja, como si esperara que el huevo se rompiera en cualquier momento. Tal vez lo hiciera. Ojalá lo hiciera. Aunque fuera por saciar su curiosidad.

—Alex —lo llamó Daniel.

El nombrado no pudo responder de inmediato, ya que justo en ese entonces estaba poniéndose las lentillas. Una tarea que se había vuelto costumbre y podía hacer incluso sin espejo, resultado tras varios años de práctica.

—Creo que se ha movido —dijo Daniel emocionado. No apartaba la vista de la caja mientras Alex se cambiaba de ropa para salir—. ¿Puedo ir contigo? —preguntó, jugando con la silla, dando vueltas con esta.

—¿Qué pasa con el examen que tienes esta tarde? ¿No deberías repasar? ¿O estudiar? —inquirió Alex, consciente de la tendencia de su amigo a procrastinar todo lo relacionado con la universidad. Daniel siempre dejaba las fechas de entrega de sus prácticas o el estudio de los exámenes para el último momento, muy literalmente.

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