Capítulo 27

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Pregunta al hombre con experiencia, no al hombre con estudios


Alex siguió el sonido que resonaba desde una de las salas en la planta baja. No tenía una dirección clara en mente, solo quería escapar de las cuatro paredes de su habitación que parecían cerrarse sobre él, ahogándolo. Sentía una opresión en el pecho, como si el aire se volviera más denso a su alrededor.

Al llegar al origen del lugar, se encontró en una sala donde la música y el bullicio eran ensordecedores, haciendo imposible escuchar sus propios pensamientos. Un ruido constante que se entremezclaba con el golpe rítmico del bajo en la música. Podía oler el sudor de la gente, mezclado con el perfume dulzón que flotaba en el aire, una mezcla embriagante que lo mareaba. La luz parpadeante de los focos le creaba sombras fugaces en la vista, como si la realidad misma se distorsionara a cada segundo. A pesar del calor que emanaba de la multitud, sentía un escalofrío en la nuca, una incomodidad persistente.

En teoría, ese lugar era exactamente lo que buscaba: un ruido que ahogara su malestar. Un cartel en la entrada anunciaba un evento, y Alex se sorprendió al ver cuántas personas se habían congregado. No esperaba que el hotel estuviera tan lleno.

A medida que se adentraba en la sala, esa opresión en su pecho no desaparecía del todo. La multitud, el bullicio, el calor humano, todo debería haberle hecho sentir parte de algo, pero en lugar de eso, solo lo hundía más en su soledad. Era irónico estar rodeado de tantas personas y aun así sentirse tan vacío. ¿Por qué le era tan difícil conectar?

Cruzó la sala, esquivando a varios grupos dispersos, aunque apenas podía distinguir los rostros entre las luces parpadeantes que creaban sombras en movimiento. Sus ojos buscaron una salida hasta que las puertas de vidrio al fondo, abiertas de par en par, lo invitaron a salir. La brisa nocturna le golpeó el rostro como un bálsamo, y el susurro del viento arrastraba consigo el olor de la zona: tierra húmeda, pinos y encinas. Los árboles que rodeaban el hotel, inmóviles, parecían estar observándolo. Miró hacia el cielo, donde las estrellas se podían apreciar con claridad, a diferencia de la ciudad. Ese espacio oscuro e inalcanzable lo hacía sentirse pequeño, insignificante.

La temperatura agradable le recordó las noches en casa de sus tíos, donde el cielo era un manto negro repleto de constelaciones que parecían pertenecerle. Pero allí... allí todo era distinto. Incluso el aire tenía un peso diferente. La memoria lo envolvió momentáneamente en nostalgia.

—¿Tienes fuego? —se acercó un hombre a preguntar con un cigarro en la mano.

Alex negó mientras le decía que no fumaba.

El hombre maldijo y fue a probar suerte con la siguiente persona.

Cerca de una esquina apartada, Alex se agachó para acariciar a un gato atigrado que se paseaba cerca, su suave ronroneo le produjo una sensación de paz inesperada.

—Hola, pequeño —murmuró con voz suave, observando cómo el felino se restregaba entre sus piernas, su pelaje tibio en contraste con la temperatura de la noche. Alex se enderezó, buscando alrededor algo de comida para el animal, pero solo encontró personas con bebidas en la mano. Se sintió desilusionado. Sin embargo, cuando volvió la mirada, el gato había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí.

La sensación de soledad volvió a invadirle, y decidió regresar al interior, donde el estruendo lo esperaba. Aunque no era el ambiente ideal en ese momento, el ruido lo ayudaba a evadirse de sí mismo. Observó los vasos en manos ajenas; alcohol. Recordó la última vez que había bebido en exceso, un incidente que terminó en vómitos y amnesia parcial. Había aprendido a respetar sus propios límites desde entonces.

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