Capítulo 1

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Un viaje de 10.000 kilómetros empieza por un solo paso


¿Misión del día? Conseguir nuevos bolígrafos antes de sus inminentes exámenes. ¿Obstáculo? Una mujer de mediana edad que insistía en que él era un empleado de la tienda.

—Lo siento, no trabajo aquí —dijo Alex con una sonrisa amable.

Era la enésima vez que le pasaba desde que vivía en la ciudad. Las personas lo detenían en los pasillos para pedirle indicaciones, como si creyeran que conocía dónde estaban los organizadores de cajones, las luces LED o las tablas de cortar. Aunque, desde luego, debido a este repetitivo incidente, terminó teniendo la tienda más que memorizada a esas alturas.

La mujer se disculpó, pero Alex no pudo evitar compadecerse de ella.

—Pruebe en el siguiente pasillo, abajo —añadió.

Con los bolígrafos en mano, decidió irse antes de que le preguntaran dónde estaban las cartulinas de colores.

Al llegar a la caja, una discusión en chino entre la dependienta y una clienta captó su atención. Alex no entendía el idioma, pero no hacía falta. Las miradas furiosas y los murmullos a su alrededor lo decían todo: algo no iba bien.

Las dos mujeres, inmersas en su acalorada discusión, por fin fueron conscientes de los pares de ojos que habían atraído sin quererlo.

El que suponía Alex que era el marido de la dependienta llegó, interrumpiendo el espectáculo y, tras un intercambio de palabras, sacó una caja de madera pequeña. La chica, cuyo rostro no alcanzaba ver, le arrebató el objeto y se marchó rápidamente. Observó la salida de la joven, todavía sintiendo esa extraña sensación de inquietud. ¿Todo por una caja de madera?

Había sido raro, pero decidió que no era asunto suyo. Inmiscuirse en discusiones ajenas era algo que evitaba a toda costa. Pagó y salió de la tienda.

Una vez fuera, sintió que se había liberado de un ambiente tenso y sus músculos se relajaron. ¿Por qué estaba tan nervioso ese día? El día había comenzado como cualquier otro, pero una sensación extraña se había quedado con él desde la mañana. Era casi imperceptible. Había algo en el aire que lo inquietaba. Quizás el calor sofocante o la tensión que sentía desde que se había levantado, pero lo dejó pasar, convencido de que solo eran los nervios antes de los exámenes.

Con la elevada temperatura de ese día, la gente llenaba las terrazas de los bares y Alex sentía envidia de esas personas jóvenes que disfrutaban de una cerveza fría con sus amigos. A él aún le quedaban dos exámenes antes de finalizar oficialmente el primer año de carrera siempre y cuando no suspendiera ninguno en la primera convocatoria. De lo contrario, se vería obligado a seguir estudiando durante el mes de julio, algo que se había esforzado por evitar a toda costa.

De camino a casa, vio a Antonio, su compañero de piso, sentado con otros chicos en una terraza de una cafetería al lado de su casa.

—¿A dónde has ido? —preguntó su compañero, saludándolo con la mano.

Alex levantó su bolsa de bolígrafos en respuesta.

—¿Estás en tu descanso? —preguntó.

Su compañero asintió.

—Tú también deberías hacer uno —lo invitó a unirse mientras daba un sorbo a su taza de café.

Un descanso corto no le haría daño. Tras unos segundos de duda, Alex cogió una silla mientras se autoconvencía de que se merecía un breve descanso antes de volver a sumergirse en sus apuntes.

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