Capítulo 13

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Debes ingresar a la guarida del tigre para atrapar a sus cachorros


Los dueños del Airbnb eran un matrimonio mayor. Alex calculó que eran unos años mayores que sus padres, aparentando ser casi ancianos. Pero cuando comenzaron a hablar, descubrió que estaban llenos de energía. Como eran los únicos clientes en ese momento, la pareja se volcaba en complacer a Li y a Alex. Tanto la mujer como el hombre andaban cerca de ellos, siempre atentos por si necesitaban algo.

—Qué muchacho más guapo. ¿Eres un familiar? —preguntó la mujer, mientras traía más platos a la mesa del comedor, donde los jóvenes desayunaban— ¿O se trata de un novio?

Li casi escupió el café que estaba bebiendo al escuchar la pregunta. Cuando se recompuso, negó con la cabeza.

—Pero tendrás novio —insistió la mujer—. Con lo guapa que eres, seguro que tienes a muchos chicos detrás, haciendo cola.

Justo en ese momento, el hombre apareció con más café. Alex imitó a Li y se sirvió un vaso con hielo, mientras los atentos ojos del matrimonio esperaban a que lo probara y diera su aprobación. Aquella mañana, Alex se sentía de buen humor. Hacía tiempo que no dormía tantas horas seguidas. Resultó que aquella cama, con sábanas feas, era más cómoda de lo que aparentaba. Además, Li había accedido a bajar a desayunar en una mesa como personas normales, dándole la oportunidad de sociabilizar y no volverse loco encerrado entre cuatro paredes.

—Alex, cariño, si quieres algo más no dudes en pedirlo —dijo la mujer con una sonrisa amplia y sincera.

Aparte de las tostadas y la fruta, también habían traído bollos de leche y otros rellenos de chocolate, lo que le recordó los que solía comer en casa. Mientras abría uno de los bollos sintió una punzada de nostalgia al pensar en su familia. La última vez que había visto a sus abuelos fue en Semana Santa, una época importante en su ciudad y para su familia. Todos eran cristianos y mantenían la tradición de asistir a las procesiones diarias, además de reunirse para las famosas comidas típicas de esos días. No había nada mejor que la comida casera de la abuela.

La mirada de Li seguía todos sus movimientos con una intensidad que parecía querer atravesarlo. A pesar de estar empezando a acostumbrarse a los peculiares hábitos de la chica, aún le resultaba intimidante.

—¿Qué pasa? —preguntó Alex mientras seguía comiendo.

—Eres muy...

Alex temió la pausa.

—¿Guapo? —se aventuró a decir en tono de broma.

—Hablas mucho —dijo finalmente Li.

—Eso es bueno, ¿no? —preguntó Alex mientras mojaba el bollo en el café. La expresión de Li, con una mueca de disgusto, fue suficiente respuesta.

En ese momento, el hombre apareció con la cesta de la ropa sucia, anunciando que había lavado las prendas que se habían quitado la noche anterior.

—Muchas gracias, José —agradeció Alex amablemente.

—¿Por qué dices sus nombres? —preguntó Li, visiblemente confundida.

—No sé. ¿Cómo quieres que los llame, si no?

—Son mayores.

Alex recordó entonces un vago detalle sobre la cultura china que había leído alguna vez.

—Aquí es diferente —comentó encogiéndose de hombros—. Supongo que se puede respetar a los mayores y ser cercanos a ellos.

Li no pareció convencida del todo. Debía de tratarse de uno de los tantos choques culturales que había enfrentado desde su llegada al país.

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