Capítulo 7

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Una conversación única con un sabio vale tanto como un mes estudiando libros


Alex soltó una risa nerviosa e intentó liberarse del agarre del otro chico, pero la mano seguía firme en su brazo. Fue Daniel quien, notando la incomodidad de su amigo, rompió el contacto.

—Creo que nos están esperando —mintió Daniel, apresurándose a tirar del otro brazo de Alex para alejarlo.

Mientras caminaban hacia la salida, Alex echó un vistazo por encima del hombro. El chico de las gafas seguía observándolos, con una mirada fija que le recordaba a un depredador vigilando a su presa. A medida que avanzaban entre la multitud, sentía cómo sus ojos se clavaban en su nuca.

Cuando finalmente salieron al exterior, ambos soltaron un suspiro de alivio.

—Voy a matar a Carmen —murmuró Daniel, con la cara roja como un tomate—. Qué vergüenza me ha hecho pasar.

Se detuvo al notar la expresión tensa de Alex.

—¿Qué pasa? —preguntó, preocupado.

—Nada —mintió Alex, rascándose el cuello con una mano—. Creo que me he bebido la segunda copa demasiado rápido. Hace un calor horrible.

Dejó el vaso en una repisa junto a la entrada. En parte, lo que decía era cierto; el alcohol empezaba a subirle, y varias gotas de sudor resbalaban por su cuello. Aunque la imagen era convincente, Daniel no parecía creerle del todo, pero decidió no insistir.

—Maldito calor —suspiró Daniel, sacando un cigarrillo del último paquete que le quedaba—. Mierda, se me ha acabado el tabaco.

Encendió el cigarro con un elegante encendedor, regalo de su hermano Manuel. Alex observó la pequeña llama danzar, recordando lo irónico que era que Manuel odiara que su hermano fumara, pero aún así le hubiera regalado un encendedor. Los gestos entre hermanos eran algo que Alex envidiaba, pequeños actos que no podía entender del todo, pero deseaba experimentar.

El cielo nocturno se alzaba negro sobre sus cabezas, sin estrellas a la vista por la contaminación lumínica. A su izquierda, una chica intentaba ayudar a su amiga, que vomitaba en una esquina. El ambiente festivo seguía, pero por un momento, los dos amigos disfrutaron del silencio compartido. No había prisa por volver a la discoteca; la noche aún era joven.

Alex tocó el brazalete en su muñeca, un gesto que se había vuelto inconsciente. Pensó en el chico de antes, en su mirada penetrante detrás de las gafas. ¿Qué había sido aquella situación? Sentía como si ese desconocido supiera algo... Rezando por no encontrarse con él de nuevo, sugirió volver al interior. No había estado esperando todas esas semanas a que llegara el fin de exámenes para pasarse la noche en la puerta de la discoteca.

Daniel, aunque sin muchas ganas, asintió. Se despidió de una chica que había estado hablando con él, aunque Alex no estaba seguro de si ella había conseguido su número. Bajaron de nuevo las escaleras, volvieron al bullicio y al calor sofocante de la discoteca.

Poco después, Carmen reapareció, arrastrando a Daniel con ella antes de que Alex pudiera intervenir. Viéndose solo, Alex decidió buscar a alguien de su clase. Mientras caminaba hacia la barra para dejar su vaso vacío, sintió su móvil vibrar en el bolsillo de su pantalón. Al comprobar la pantalla, una sensación de mal presagio lo invadió al ver el nombre del contacto que lo llamaba.

Solo dos letras: "Li".

Con dedos temblorosos, deslizó la pantalla para responder.

—Fuera.

La voz de Li sonó clara, a pesar del estruendo a su alrededor. No le dio tiempo a protestar antes de que la llamada se cortara. Confundido, dejó que sus pies lo guiaran hacia la salida, moviéndose casi por instinto. Solo cuando se encontró caminando por una calle desierta se dio cuenta de lo absurdo que era seguir una orden de una desconocida sin cuestionarla. ¿Por qué le estaba haciendo caso? Ni siquiera la conocía. Sabía que algo raro sucedía con ella, pero aún así, ahí estaba, siguiendo sus órdenes sin siquiera protestar.

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