Capítulo 10

17 4 3
                                    

Cuando tres marchan juntos tiene que haber uno que mande


—Alex, ¿cuándo has llegado? —preguntó Daniel, con el rostro enrojecido y las manos inquietas por los nervios.

Esta vez, al menos, no hubo vómito. Alex se alegró por ese pequeño alivio en medio de una situación incómoda. No creía ser capaz de limpiar otro desastre en menos de veinticuatro horas.

—¿Alex? —dijo el invitado, satisfecho. Su expresión altanera indicaba que era consciente de no ser bienvenido.

—¿Qué hace aquí? —inquirió Alex, dirigiéndose directamente a Daniel, como si el otro joven no estuviera en la habitación.

Daniel miró al chico de las gafas y luego a Alex, haciéndole gestos para que moderara su tono, como si él no supiera que había una tercera persona presente.

—Tu camiseta —intervino el joven de las gafas, interponiéndose entre ambos. Le dedicó una sonrisa mientras alzaba una bolsa. Alex supuso que ahí estaba la prenda.

«Buena excusa», pensó Alex, mientras una mueca apenas perceptible traicionaba su incomodidad. ¿Cómo lograba aparecer siempre en los momentos menos oportunos?

Era increíble cómo se las había ingeniado para presentarse de nuevo en su casa. Cualquiera ajeno a la verdadera situación creería que solo hacía un inocente acto de buena fe al devolver la camiseta prestada.

—Perdón por no avisar —se disculpó fingidamente—. Llamé, pero tu número está mal.

Por su tono, parecía consciente de que aquel error había sido completamente intencional.

—Debí equivocarme, lo siento —mintió Alex. Se acercó y tomó la bolsa—. Muchas gracias.

Esperó a que el chico se marchara, pero este no se movió de su lugar.

—¿Te acompaño a la salida? —sugirió Alex, intentando ocultar su urgencia por que el chico se fuera. Tragó saliva y forzó una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Sus pies se movían nerviosos, delatando su impaciencia.

El ligero temblor de sus manos lo traicionó antes de que pudiera enmascarar su molestia.

—Alex —susurró Daniel en tono de reproche.

—¿Mi camisa? —preguntó el joven de las gafas, ignorando la tensión. A Alex casi se le escapó una palabrota.

—No me ha dado tiempo a lavarla, lo siento —respondió, intentando mantener la compostura.

—Puedes esperar a que la lavemos y te la llevas —sugirió Daniel. Antes de que Alex pudiera objetar, el otro chico asintió.

—De acuerdo —sonrió.

—¿Quieres quedarte a comer? —lo invitó Daniel con entusiasmo.

—¿Qué? —Alex no pudo ocultar su desconcierto.

—Venga, Alex, no seas borde. Es solo una camiseta.

Daniel siempre había sido la chispa del grupo, el que encontraba alegría y emoción en cualquier situación. Su capacidad para ver lo bueno en las personas siempre había fascinado a Alex. Sin embargo, esa misma cualidad ahora lo preocupaba.

—No hay comida —intentó excusarse.

—Pero si acabas de comprar —replicó Daniel.

—No hay suficiente para tres.

—No importa, podemos compartir —insistió.

Y así, Alex se encontró sentado en la mesa del comedor. El lugar que usualmente ocupaba Antonio ahora estaba ocupado por un extraño, cuyo nombre ya conocía gracias a Daniel: Jun.

VINCULADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora