Capítulo Extra: "El Camino de un Héroe"

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Izuku respiró profundo, inmerso en el silencio de sus pensamientos mientras recordaba el arduo camino que lo había llevado hasta aquí, a su destino final en el Ragnarok. Desde sus primeros pasos en esta épica historia, su vida había sido una sucesión de desafíos y batallas, pero siempre hubo en él una fuerza que lo empujó a avanzar. Ahora, mientras se preparaba para enfrentar a Shiva, el dios supremo de los dioses hindúes, hacía un recorrido interno por los momentos y decisiones que definieron quién era.

Rememoró su ascenso como el nuevo Apolo. No había sido fácil asumir un legado tan antiguo y poderoso, pero la necesidad de proteger a la humanidad lo impulsó a abrazar ese papel. En la lucha contra Helios, un adversario tan radiante y ardiente como el mismo sol, sintió por primera vez el verdadero peso de su destino. Esa batalla le enseñó a no temer al poder de los dioses, a desafiar las expectativas que otros tenían de él. Helios lo menospreció al principio, viéndolo como un simple mortal incapaz de enfrentar la divinidad, pero Izuku demostró que no solo tenía fuerza, sino una voluntad inquebrantable, y así lo derrotó. Desde ese momento, supo que podría superar cualquier obstáculo que se le presentara, si su deseo de proteger era lo suficientemente fuerte.

Luego llegó la batalla contra Aetherius, la deidad cósmica. Recordó la intensidad de cada instante, la presión de luchar contra una entidad que trascendía lo divino, algo que ni siquiera los dioses podían comprender por completo. Fue en esa pelea donde comprendió lo frágil que podía ser, pero también lo resiliente que era su espíritu. Aunque sus heridas parecían insuperables, su deseo de no rendirse le permitió sobreponerse y alcanzar una nueva conexión con el poder de Apolo. Sintió cómo su propia humanidad se fusionaba con la esencia divina, transformándolo en algo más, algo que le daba un propósito único: proteger a quienes amaba y salvar a la humanidad a toda costa.

Los encuentros que le siguieron también fueron momentos decisivos en su vida. Artemisa fue la primera en reconocer su potencial y brindarle apoyo en su misión, ofreciéndole no solo su poder sino también su respeto y admiración. Con ella, por primera vez, Izuku experimentó algo más que una simple alianza. Entre ellos se formó un vínculo profundo, una conexión que iba más allá de la batalla. Aunque nunca se lo confesó abiertamente, su presencia lo hizo sentir completo, y, en el fondo, siempre se preguntó si ella llegaba a entender cuánto significaba para él.

Con el tiempo, otros se unieron a su causa. Nix, diosa de la noche, le enseñó sobre la importancia de los sacrificios y la oscuridad que todo héroe debía enfrentar. Atenea, la sabia y guerrera, le mostró el valor de la estrategia y la prudencia en un campo de batalla que no siempre premiaba la fuerza bruta. Quetzalcóatl, con su sabiduría ancestral, le transmitió el respeto por la vida y la conexión con lo sagrado de la naturaleza. Hela le enseñó sobre la muerte y la redención, recordándole que, aunque su misión era noble, también debía aceptar sus límites como mortal. Lilith, que había sido rechazada por los dioses y la humanidad, encontró en él a alguien que la aceptaba y le brindaba el respeto que siempre anheló. Gabriel, la serafín que en su pureza parecía inalcanzable, también llegó a admirarlo y a compartir su deseo de paz y justicia.

Estos aliados no solo le brindaron su apoyo, sino que le ayudaron a recordar que, pese a su poder y logros, seguía siendo humano. Y aunque los dioses lo veían como un igual, él sentía una tristeza profunda al saber que esa vida de devoción y lucha le había robado la posibilidad de experimentar la simplicidad de una vida ordinaria. Recordó, con nostalgia, su deseo de algún día formar una familia, de encontrar a alguien que lo amara por lo que era, no por sus títulos o hazañas. Pensó en cómo habría sido tener un hijo al que pudiera enseñar y proteger, en las pequeñas alegrías de una vida sin batallas. Ese sueño jamás se concretaría, pero al menos tenía el consuelo de saber que su vida había valido la pena; había hecho una diferencia, había dado todo de sí para proteger a los demás.

En su última batalla, enfrentándose a Shiva, ese deseo de vivir una vida plena lo acompañaba, pero no lo hacía dudar. Cada golpe, cada movimiento reflejaba la esencia misma de su ser: un guerrero que no se rinde, que da todo de sí mismo sin importar el precio. Sentía cómo su cuerpo se desgarraba y sus fuerzas se iban agotando, pero al mismo tiempo sentía que todo su sufrimiento era una prueba más de su amor por la humanidad, de su compromiso inquebrantable.

A medida que la batalla llegaba a su punto culminante, se dio cuenta de que su cuerpo no soportaría mucho más. Estaba al límite de sus fuerzas, pero su espíritu, como siempre, permanecía firme. Al lanzar su último ataque, sintió una paz profunda, una certeza de que había cumplido con su propósito. En esos últimos momentos, sus pensamientos se dirigieron hacia Artemisa, deseando verla una última vez, esperando que entendiera cuánto la había querido, aunque nunca se lo dijera.

Con su último aliento, apenas un susurro, dijo su nombre: "Artemisa…"

El Dios del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora