capitulo 40

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Ares.

El entrenamiento estaba en marcha, y yo me movía entre los soldados, observando, corrigiendo cada movimiento torpe y señalando sin piedad los errores. Nada me complacía más que verlos mejorar, ya fuera por disciplina o por miedo a mis comentarios cortantes. Sin embargo, mi paciencia siempre se agotaba más rápido cuando alguien como Rachel James se encontraba en el campo.

Mis ojos se detuvieron en ella. Se encontraba distraída, con la mirada fija en el coronel Morgan, completamente absorta, como si él fuera la razón misma de su existencia. Patético. Me acerqué sin prisa, solo para recordarle que había cosas más importantes en el entrenamiento que su absurda adoración por el coronel.

-Deja de babear y ponte a entrenar. No seas tan estúpida, -le solté con voz firme.

Ella se volvió, su rostro mostraba una mezcla de vergüenza y súplica.

-Por favor, general, no le diga a nadie.

La miré sin pestañear, disfrutando el leve temblor en su voz.

-No actúes como si tuvieras orgullo o dignidad, -le respondí con desdén-. Sabes bien que eres una hipócrita. Le eres infiel a tu novio con su mejor amigo. Y para colmo, esperas que alguien sienta pena por ti.

Ella suspiró, en un intento de excusar su comportamiento.

-No lo entiende,... es complicado.

Reí entre dientes. La clásica Rachel, siempre justificando sus errores.

-Complicado lo haces tú, Rachel, -le respondí con una sonrisa cínica-. Siempre has sido así: te metes en problemas y luego lloras para hacerte la víctima. Si aprendieras de Emma... ella también se mete en líos, pero nunca se convierte en una carga para nadie. Ni siquiera me pide ayuda.

Visiblemente herida, alzó la voz.

-Yo tampoco le pido ayuda a nadie.

Mi sonrisa se ensanchó.

-Tal vez no lo hagas directamente, pero esas lágrimas de falsa mojigata hacen que los demás hagan lo que tú quieres. Al final, siempre terminas manipulando a todos con tu patética fachada.

Ella apartó la mirada, como si mis palabras le hubieran dolido de verdad.

-Sus palabras me lastiman, general.

Incliné la cabeza, disfrutando cada segundo de su incomodidad.

-Justamente eso quería -respondí, sin perder la sonrisa.

Fue en ese momento cuando noté que el coronel Morgan nos observaba, su mandíbula apretada y sus ojos fulminándome con celos mal disimulados. Decidí aprovechar la situación. Deslicé una mano a la cintura de ella y la atraje hacia mí, disfrutando cómo la furia chisporroteaba en los ojos de Morgan. Rachel, como siempre, cayó en la trampa y no opuso resistencia, permitiéndome que la abrazara.

Sabía perfectamente que no significaba nada para mí, pero, al menos, su compañía servía para provocar al coronel. Una vez que logré mi objetivo y vi el rostro del coronel transformarse en una máscara de rabia contenida, la solté y retrocedí.

-Ya sabes, ponte a entrenar de una vez. Y la próxima vez, trata de no avergonzarte a ti misma, - aspecto con un tono indiferente antes de alejarme, dejando a ambos tragándose su frustración y rabia.

Me alejé, dejando que mi pequeña provocación con el coronel quedara en el aire. Tomé mi lugar, observando a los soldados mientras se esforzaban en el entrenamiento, algunos más torpes que otros, pero todos siguiendo mis órdenes sin cuestionamientos. Encendí un cigarro y dejé que el humo llenara mis pulmones. El entrenamiento, el cigarro, la obediencia: todo estaba en perfecto orden, como debe ser.

El dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora