Un mes después.
Ares estaba en Rusia, su mirada fija en la imponente jaula de acero que se alzaba en el centro de la arena subterránea. El Mortal Cage no era un lugar para cualquiera, pero esa noche, el "Rey de los Dragones" iba a marcar su territorio de una manera distinta. Jamás había participado en estas peleas, pero los rumores sobre su habilidad para el combate cuerpo a cuerpo ya habían llegado a oídos de todos. Y ahora, el público estaba ansioso por verlo en acción.
Los gritos del público retumbaban en las paredes del oscuro sótano. Hombres y mujeres, todos con la esperanza de ver sangre, apostaban grandes sumas de dinero por el luchador que creían saldría con vida. En esa ocasión, Ares era la incógnita, el dragón que nadie había visto en esa arena.
Entró en la jaula con una calma inquietante. Su cuerpo, cubierto de tatuajes que contaban la historia de su reinado, brillaba bajo las luces parpadeantes. Su torso desnudo dejaba ver el gigantesco dragón en su espalda, símbolo de su poder. Los pequeños dragones en sus manos y los símbolos en su cuello parecían moverse con cada respiración, listos para devorar al oponente que se interpusiera en su camino.
Frente a él, un luchador imponente, el campeón invicto del Mortal Cage: Dmitri "El verdugo" Kamarov, un hombre que ya había dejado más de diez cadáveres tras de sí en esa jaula. El público rugía por Kamarov, seguro de que Ares no sería más que otra víctima para él.
Kamarov avanzó con brutalidad, lanzando un golpe directo al rostro de Ares. Pero Ares, con una serenidad helada, lo esquivó sin esfuerzo, casi burlándose de la furia de su oponente. Ares no era solo un combatiente físico, sino un estratega. Con un golpe seco y preciso, lanzó su puño directo al estómago de Kamarov, quien cayó de rodillas, sin aire. El público enmudeció por un instante, antes de explotar en gritos de sorpresa.
No mostró emoción alguna. Para él, esta pelea no era más que otro trámite, otro desafío para demostrar su supremacía. Kamarov, furioso y humillado, intentó levantarse, pero Ares ya lo había calculado todo. En un movimiento rápido, lo atrapó por el cuello, aplicando una llave letal que dejó al gigante inmovilizado.
El público, aún incrédulo, observaba cómo el rey de los Dragones no solo derrotaba, sino destruía a quien todos creían invencible. Dmitri Kamarov no saldría vivo de la jaula esa noche.
Con un giro violento, rompió el cuello de su oponente. El silencio en la arena fue absoluto por un segundo, antes de que los vítores estallaran. Ares había hecho lo que pocos creían posible: no solo había ganado, sino que lo había hecho sin esfuerzo, con una precisión y frialdad escalofriante.
Ares, manchado de sangre pero inalterado, salió de la jaula, ignorando los gritos de admiración y las apuestas ganadas. Para él, el Mortal Cage no era un lugar para ganar fama, sino un simple ejercicio, una extensión de su dominio. Ahora que había entrado una vez, sabía que regresaría. La adrenalina de la pelea, el control absoluto sobre la vida y la muerte, lo tentaba más de lo que habría admitido.
Desde esa noche, decidió que el Mortal Cage sería parte de su rutina. No porque lo necesitara, sino porque el dragón en él siempre buscaría más fuego que consumir.
★★★†★★★
El club estaba lleno de luces parpadeantes y música atronadora. Ares, sentado en la zona VIP, observaba el espectáculo sin mucho interés. Rodeado por algunos de sus hombres, encendió un cigarrillo y exhaló el humo mientras sostenía un vaso de whisky en la otra mano. Una stripper bailaba en el escenario, pero sus ojos apenas la registraban. Estaba relajado, pero alerta.
Uno de sus hombres se acercó a él y le susurró al oído. "El teniente Lewis se acerca con dos personas."
Desvió la mirada hacia la entrada de la zona VIP y vio a Bratt Lewis acompañado por un hombre rubio y una joven. Observó cómo se acercaban, apagando lentamente su cigarrillo en el cenicero.
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El dragón
Fanfiction"Ares Galanis, el enigmático líder de Los Dragones, se sentaba en su trono , sus ojos azules brillantes dominando la habitación con una autoridad implacable. Su cabello negro y despeinado caía sobre su frente, y su sonrisa era una mueca de desdén qu...