capitulo 29

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Ares no era fanático de las festividades, y mucho menos de la Navidad, pero había algo en la insistencia de Emma que lo impulsaba a hacer concesiones que no haría por nadie más. Esta vez, su decisión fue llevarlas a su isla privada, una joya oculta en el Mediterráneo.

La villa, situada en el corazón de la isla, una construcción imponente de líneas modernas, diseñada para integrarse con el paisaje rocoso. Desde su posición en lo alto de un acantilado, la villa ofrecía vistas impresionantes del océano infinito.

Al llegar, Emma y Ana no tardaron en dejar sus maletas en la entrada, corriendo hacia la playa privada, cuyas arenas blancas brillaban bajo el sol de mediodía. El las observó con una mezcla de desinterés y resignación, siempre consciente del entusiasmo juvenil de su hermana.

-No te demores -le dijo Emma a Ares, mientras corría al mar en biquini-. ¡El agua está perfecta!

Ana la siguió, riendo, con un aire más discreto pero igual de emocionada. Ambas se sumergieron en el agua azul cristalina, sus siluetas recortándose contra el horizonte.

Ares, sin embargo, no tenía intenciones de unirse a ellas. Se quitó la camisa, dejando al descubierto su torso esculpido, marcado por las cicatrices de su vida militar, y se dirigió a una tumbona cerca de la orilla. Con movimientos pausados, se colocó sus gafas de sol oscuras y se acomodó, encendiendo un cigarro que rápidamente llenó el aire con su aroma fuerte.

Desde la distancia, las carcajadas de ellas flotaban sobre el agua, pero Ares solo las observaba con una calma indiferente. La sonrisa radiante de Emma era un raro resplandor en su vida, pero él lo recibía con la frialdad que siempre lo había caracterizado. Ana, por otro lado, seguía intentando integrarse, nadando a la par, aunque sabía que la joven James no estaba precisamente encantada con su presencia.

Tomó una calada profunda de su cigarro, sintiendo cómo el humo llenaba sus pulmones y luego lo exhaló con lentitud, dejando que el viento marino lo dispersara. Su mirada se fijaba en las dos figuras jugando en el agua, pero su mente estaba en otro lugar. Recordaba los últimos días, los eventos recientes, el ciclón y el caos que había desatado en Grecia. Aún sentía el poder que tenía en sus manos y cómo, con un simple gesto, podía hacer temblar gobiernos.

No obstante, aquí, en la soledad de su isla, el tiempo parecía detenerse. Pero eso no significaba que pudiera relajarse completamente. La presencia de Emma, y ahora también la de Ana, creaba una dinámica que a veces le resultaba insoportable. A Emma la entendía, con sus caprichos de niña que aún se aferraba a la figura de su hermano mayor, a pesar de que él había hecho todo lo posible para distanciarse de la familia James. Ana, en cambio, representaba otra cosa.

Dejó que sus pensamientos se esfumaran con el humo, su mirada oculta tras las gafas, siempre vigilante, siempre en control. La sensación del sol en su piel y el sonido de las olas casi lograban relajarle, pero nunca por completo. En su mundo, el descanso era un lujo que no se podía permitir por mucho tiempo.

Cuando las jóvenes salieron del agua, riendo y cubiertas de gotas de mar, simplemente giró el rostro hacia ellas, observándolas sin decir una palabra. Emma, como siempre, corrió hacia él.

-¡Ven, Ares! Deberías meterte al agua. Está increíble -dijo Emma, con una sonrisa traviesa, mientras salpicaba agua a sus pies.

El nombrado solo la miró por un instante antes de apagar su cigarro en un cenicero junto a la tumbona.

-No me interesa.

Emma rodó los ojos, acostumbrada a la frialdad de su hermano, pero aun así insistió, dando un par de saltos frente a él.

-Siempre tan aburrido.

Ana, que se acercaba detrás de Emma, intentó seguir el juego.

-Podríamos preparar algo para la cena y luego... -comenzó, pero Emma la ignoró por completo.

El dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora