El ambiente en el Mortal Cage era tan denso como el humo que se alzaba de los cigarrillos, y tan letal como las miradas que se cruzaban entre aquellos que entraban y salían. Ares Galanis, conocido aquí solo como el Dragón, había marcado su presencia en Rusia de una forma que resonaría por mucho tiempo en las entrañas del bajo mundo. Su viaje, que había empezado como una simple misión, se había extendido en una cadena de noches bañadas en sangre y lucha.Cada noche, el Dragón entraba a esa jaula mortal con una actitud de absoluta calma. Ni siquiera la adrenalina de la pelea lograba romper su concentración; cada golpe, cada esquive y cada movimiento eran meticulosamente calculados. En las primeras peleas, los luchadores aún tenían la temeridad de desafiarlo, pero a medida que avanzaban los días, el Dragón dejó claro que no solo era el mejor: era alguien con el poder de destrozar la moral y el cuerpo de quien se atreviera a enfrentarlo. Los rumores comenzaron a correr rápidamente: los hombres más fieros del submundo ruso evitaban cruzarse con el Dragón, pues lo que él ofrecía en esa jaula no era un simple combate; era un baile mortal del que pocos salían con algo más que sus vidas, si es que tenían suerte.
En pocos días, la noticia de un peleador invencible corrió por todas partes. Ahora el nombre del Dragón se susurraba con respeto y temor, no solo en el Mortal Cage, sino también en otros lugares oscuros donde aquellos que controlaban el poder temían la aparición de ese enigmático hombre con la fuerza de un ejército. Todos hablaban de él, de cómo había creado un imperio de la nada y de cómo la FEMF lo buscaba, intentando encerrarlo o, de ser necesario, acabar con él. Pero lo que muchos no comprendían era que Ares Galanis jamás había sido alguien fácil de contener. Conocía los secretos de todos, y para él, el poder era algo que se debía tomar, sin pedir permiso y sin límites. Si tenía que aniquilar a cualquiera que se interpusiera en su camino, lo haría con una frialdad que no entendía de misericordia.
Y sin embargo, en la mente de Ares, aún no era suficiente. No importaba cuántas veces el bajo mundo lo reconociera o lo temiera, ni cuántas batallas ganara o cuántos enemigos doblegara, el vacío dentro de él seguía pidiendo más. Los susurros de respeto, los gritos de pánico y las alabanzas de aquellos que ahora lo seguían como un líder incuestionable no lograban calmar el ansia insaciable que lo consumía. Para el Dragón, cada victoria era solo un escalón más hacia algo más grande, más oscuro y más peligroso. Porque para Ares Galanis, aceptar lo que el mundo le ofrecía significaba aceptar límites, y él jamás lo haría.
El Dragón continuaría su reinado en el bajo mundo de Rusia, su nombre una sombra que asfixiaba y aterrorizaba. Sus ojos, fríos y calculadores, solo veían oportunidades y piezas que colocar en su tablero de juego. Porque para él, esto no era solo poder o respeto: era la promesa de una leyenda que continuaría creciendo hasta el último de sus días, y ni siquiera entonces, pensaba Ares, bastaría para saciarlo.
Así sería el destino del Dragón hasta que la muerte finalmente lo alcanzara.
★★★†★★★
Avanzaba con pasos firmes por el bosque junto a Giorgios, quien parecía demasiado entusiasmado para lo que, según Ares, era una completa pérdida de tiempo. Finalmente, cuando estuvieron cerca de la cabaña de madera en Budapest, Giorgios rompió el silencio.
-Durante años he buscado a esa bruja, ¿sabes? -comentó con una sonrisa casi infantil-. Mi madre siempre me habló de ella cuando era niño.
Ares lo miró con una mezcla de desprecio y aburrimiento.
-No creo en esas mierdas, Giorgios. Y si te mandé a llamar, fue para algo importante, no para perder el tiempo con una supuesta bruja.
-No seas aguafiestas -replicó Giorgios con una risa ligera.

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El dragón
Fiksi Penggemar"Ares Galanis, el enigmático líder de Los Dragones, se sentaba en su trono , sus ojos azules brillantes dominando la habitación con una autoridad implacable. Su cabello negro y despeinado caía sobre su frente, y su sonrisa era una mueca de desdén qu...