Claudia estaba terminando de doblar la ropa del bebé cuando escuchó un llanto agudo y repentino detrás de ella. Se giró de inmediato, con el corazón acelerado, y lo que vio la hizo reír a pesar de su preocupación: su pequeño estaba en la cama, con una de sus manitas enredada en su propio cabello, jalándoselo con fuerza sin darse cuenta.
—¡Ay, mi amor! —dijo, acercándose para ayudarlo a soltar la manita de su cabello, tratando de contener la risa.
Justo en ese momento, Jesús, alertado por el llanto, entró corriendo a la habitación con una expresión de preocupación.
—¿Qué pasó? ¿Está bien? —preguntó, mirando al bebé con atención.
Claudia no pudo contener la risa y señaló al pequeño, que aún estaba intentando agarrarse más mechones de su propio cabello.
—Sí, está bien, solo… —rió un poco más—. ¡Se estaba jalando el pelo él solito! Pobrecito, se asustó con su propio tirón.
Jesús observó la escena y también comenzó a reír. Con un gesto tierno, se acercó al bebé y le acarició la cabecita, quitándole la mano del cabello con suavidad.
—Ay, pequeño revoltoso —dijo Jesús con una sonrisa—. Ya eres todo un guerrero, pero creo que necesitas entender que hay formas menos dolorosas de experimentar el mundo.
El bebé, que al sentir el contacto de su papá había dejado de llorar, los miró con sus ojitos curiosos, como si estuviera analizando sus rostros entre risas.
—Bueno, al menos ya sabemos que tiene un buen agarre —bromeó Claudia, aún sonriendo mientras le acariciaba la mejilla.
—Sí, eso parece —respondió Jesús, mirándola con ternura—. Y también sabemos que, cuando necesite ayuda, aquí estaremos para él.
Ese momento, aunque pequeño, les recordó a ambos cuánto disfrutaban estos primeros pasos y descubrimientos de su hijo. Sabían que aún les esperaban muchos momentos así, llenos de sorpresas, de risas y también de alguna que otra lagrimita, pero estaban dispuestos a vivir cada uno de ellos juntos.
En su primer paseo por el centro comercial, Claudia y Jesús disfrutaban cada momento con su bebé. Claudia llevaba al pequeño en un fular que lo mantenía pegado a su pecho, y mientras entraban a las tiendas de bebés para mirar ropa y juguetes, el pequeño parecía más interesado en ella que en todo lo demás. Sus ojitos la seguían con devoción, como si estuviera completamente fascinado con su mamá.
Cada tanto, el bebé alzaba su manita para tocarle la cara, acariciando su mejilla o tratando de alcanzar sus labios con sus deditos. Claudia sonreía y le hablaba con voz suave y tierna, respondiendo a cada toque y mirándolo con una dulzura infinita.
—¿Qué pasa, mi amor? ¿No quieres ver los juguetes? —le susurraba mientras él volvía a apoyar su cabecita en su pecho, sintiéndose seguro y feliz solo con escuchar su voz.
Jesús, que observaba esa escena con una sonrisa, no pudo resistirse a sacar su teléfono y grabar el momento. Le daba ternura y gracia cómo su hijo parecía totalmente cautivado por su mamá, sin interés por lo que lo rodeaba. Capturó a Claudia riendo suave mientras le hablaba al bebé y este, con esos ojitos llenos de amor, la miraba sin apartarse de ella ni un segundo.
—Es como si no pudiera creer que eres su mamá, ¿lo ves? —comentó Jesús en voz baja mientras seguía grabando.
Claudia sonrió, alzando la vista hacia Jesús un instante.
—Lo sé… creo que yo también me siento así a veces. No puedo creer que sea mi hijo.
Jesús bajó el teléfono y le dio un suave beso en la frente a Claudia.
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En otro universo: Claudia y Jesús
RandomPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.