A medida que el avión comenzó su descenso, Claudia y Jesús continuaron su conversación, sumidos en una burbuja de intimidad que les hacía olvidar el mundo exterior. La emoción de lo que había sido un simple viaje se había transformado en una exploración de sus deseos más profundos.
—¿Y si exploramos algo de lo que hablamos? —sugirió Jesús, sus ojos llenos de complicidad—. Tal vez podríamos hacer algo emocionante cuando lleguemos.
Claudia se sintió intranquila y emocionada al mismo tiempo. La idea de hacer realidad una de sus fantasías era tentadora.
—¿Tienes algo en mente? —preguntó, sintiendo cómo la anticipación crecía en su interior.
—Podríamos buscar un lugar donde no estemos tan expuestos, quizás un rincón del hotel donde nadie nos interrumpa —respondió Jesús, su tono suave y provocador.
—Suena... interesante —dijo Claudia, sintiendo un cosquilleo en el estómago. Se imaginaba en un lugar apartado, un instante robado de libertad y deseo.
El avión aterrizó, y mientras los pasajeros comenzaban a levantarse y a recoger sus pertenencias, Claudia y Jesús compartieron una mirada cómplice. Se sentían como si tuvieran un secreto entre ellos, una promesa a cumplir.
Al llegar al hotel, ambos estaban exhaustos después del viaje, pero la chispa de su conversación aún brillaba intensamente. Jesús tomó la mano de Claudia mientras se dirigían al ascensor.
—¿Te parece que deberíamos descansar primero? —preguntó él, su voz suave.
Claudia lo miró, y en su mirada se podía leer la indecisión. Sabía que estaban cansados, pero la idea de dejar pasar esa oportunidad la inquietaba.
—No sé... —dijo ella, sintiendo que el deseo comenzaba a nacer en su interior de nuevo—. Podríamos darnos solo un momento, algo breve para comenzar. A veces, esas pequeñas cosas son las que más nos prenden.
La sonrisa de Jesús se amplió, y se sintió alentado por su respuesta.
—¿Te gustaría que buscáramos un lugar específico en el hotel? —preguntó, levantando una ceja, intrigado por la idea de llevarla a un rincón más íntimo.
Claudia pensó en el vestíbulo, en la azotea, o incluso en uno de los baños del hotel.
—La azotea suena bien. Podría haber un espacio apartado donde podamos estar solos —dijo, su voz temblando un poco con la emoción de la idea.
—Entonces vamos —respondió Jesús, apretando suavemente su mano mientras se dirigían hacia el ascensor.
Una vez en la azotea, la vista del atardecer era impresionante. El sol se ponía detrás de las montañas, tiñendo el cielo de colores cálidos. Sin embargo, la belleza del paisaje palidecía en comparación con la tensión entre ellos.
—Mira esto —dijo Jesús, señalando el horizonte. Pero Claudia estaba más enfocada en él que en la vista.
—Es hermoso —respondió, aunque sus ojos no se apartaron de Jesús—. Pero... estoy más interesada en lo que podemos hacer aquí.
Jesús sonrió, una chispa de complicidad brillando en sus ojos.
—Yo también —dijo, acercándose un poco más.
Claudia sintió que el mundo se desvanecía mientras se perdía en su mirada. Sin pensar, se acercó más, y él la tomó de la cintura, atrayéndola hacia él.
—Solo un momento —murmuró, casi como una súplica. La energía entre ellos era palpable, y la cercanía les llenó de una urgencia que habían estado ignorando.
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En otro universo: Claudia y Jesús
RandomPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.