Claudia Sheinbaum se encontraba en su oficina, un espacio que, aunque había sido escenario de innumerables decisiones y encuentros políticos, en ese momento se sentía como un refugio. Había pedido a su equipo que no la molestaran; necesitaba tiempo para sí misma, para pensar y, sobre todo, para conectar con el pequeño ser que crecía en su interior. A sus cuatro meses y medio de embarazo, su vientre ya comenzaba a marcar una curva sutil, una señal de vida que era a la vez hermosa y aterradora.La luz del sol entraba suavemente a través de las cortinas, iluminando el espacio con un brillo cálido. Claudia se sentó en su silla, sintiendo el peso del día a día desvanecerse lentamente. Con un gesto delicado, se quitó el blazer que había intentado usar para ocultar su estado, sintiendo la necesidad de estar cómoda en ese momento tan vulnerable. Miró su reflejo en la ventana, observando cómo sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y temor.
"Hola, pequeño", susurró, acariciando su vientre con ternura. Hablaba en voz baja, como si su bebé pudiera escucharla. "Hoy estoy pensando en tantas cosas… en lo que significas para mí, para tu papá y para el futuro que estamos construyendo". Las palabras fluyeron de su boca, suaves y melodiosas, llenas de amor y esperanza.
Claudia recordó el momento en que le había contado a Jesús sobre su embarazo. Había sido una mezcla de nervios y alegría, un instante que atesoraría para siempre. Ver su reacción, la sorpresa en su rostro, y luego la sonrisa que lo iluminó, fue un regalo inesperado. Ahora, más que nunca, sentía la necesidad de compartir cada pequeño momento, cada latido, con él.
Mientras hablaba, empezó a sentir una ligera vibración en su abdomen. Al principio, pensó que podía ser su imaginación, un efecto de su ansiedad, pero no. Era un movimiento real, una señal de que su bebé estaba ahí, vivo y lleno de energía. Su corazón se aceleró y una mezcla de sorpresa y felicidad la invadió.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. “Te estas moviendo mi amot”, dijo entre sollozos. La intimidad del momento la envolvió. Claudia nunca se había sentido tan vulnerable, tan expuesta, y a la vez tan poderosa. Estaba creando vida, y esa conexión era irrompible.
En ese instante, la puerta se abrió sigilosamente y Jesús entró, sin saber que estaba a punto de presenciar una de las escenas más íntimas de sus vidas. Se detuvo en seco al ver a Claudia, su esposa, su compañera, hablando suavemente a su vientre, lágrimas corriendo por sus mejillas. La imagen lo conmovió profundamente, y no pudo evitar acercarse un poco más.
"Claudia…" murmuró, sintiendo el nudo en su garganta. Se quedó en silencio, escuchando las dulces palabras que ella compartía con su bebé, palabras llenas de amor, de sueños y de temores. En ese momento, se dio cuenta de cuán fuerte era el vínculo que estaban formando como familia.
El corazón de Claudia se llenó de calidez al sentir la presencia de Jesús. Con un gesto invitador, le indicó que se acercara. Él se sentó en el borde de su escritorio, todavía atónito por la imagen que tenía frente a él. “¿Lo sientes?”, preguntó ella con una sonrisa entre lágrimas.
“Sí… lo siento”, respondió Jesús, su voz quebrada por la emoción. “Es increíble”.
Ambos se quedaron en silencio, disfrutando del momento, de la magia de la vida que se estaba formando entre ellos. Claudia, sintiéndose segura en su amor, empezó a hablarle al bebé de nuevo, esta vez compartiendo historias de su infancia, de sus sueños y aspiraciones. Su voz era un canto de esperanza, un eco de amor incondicional.
“Querido hijo, quiero que sepas que serás amado más allá de lo que puedes imaginar. Tu papá y yo haremos todo lo posible para darte un hogar lleno de felicidad y amor”. Cada palabra era un compromiso, una promesa que hacía al futuro, no solo como madre, sino como mujer que también se enfrentaba a sus propios temores y desafíos.
ESTÁS LEYENDO
En otro universo: Claudia y Jesús
DiversosPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.