Promesas entre discusiones

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Han pasado dos meses desde la histórica toma de protesta de Claudia Sheinbaum. En un giro inesperado de acontecimientos, se encontró residiendo en Palacio Nacional mucho antes de lo previsto. Las paredes del histórico edificio eran testigos de la presión que la nueva presidenta enfrentaba, y al cruzar el umbral de su apartamento, se sintió abrumada por el peso de sus responsabilidades.

Claudia llegó exhausta. Su mente giraba en torno a las innumerables decisiones que debía tomar para cumplir con las expectativas del pueblo. Aun así, una pequeña parte de ella esperaba encontrar consuelo en la calidez de su hogar, donde Jesús la había estado esperando. Él siempre había sido su refugio en tiempos difíciles, pero hoy la atmósfera era diferente, tensa.

—Hola, amor —dijo Jesús, intentando iluminar el ambiente con una sonrisa.

Pero Claudia no estaba en el estado de ánimo para sonrisas.

—¿Qué tienes que decirme? —preguntó, casi con un susurro, mientras dejaba caer su abrigo sobre una silla.

Él la miró, notando su fatiga, pero antes de que pudiera responder, las palabras de su reciente conferencia comenzaron a retumbar en su mente.

—Solo fue una broma, Claudia. Lo que dije en la conferencia no era para ofenderte. Fue un comentario ligero sobre tu nueva vida aquí —intentó justificar, sintiendo cómo la incomprensión crecía entre ellos.

—¿Un comentario ligero? —replicó Claudia, su voz subiendo de tono.— ¿Acaso no entiendes el contexto? Tu broma no solo me afecta a mí, afecta a todo mi equipo, a mi imagen, a la seriedad de este cargo. ¡Estás hablando de la presidenta!

Jesús frunció el ceño, incapaz de entender la magnitud de su error. Claudia continuó, su frustración acumulándose.

—Tú no comprendes lo que significa estar aquí. Cada decisión, cada palabra, cada broma tiene consecuencias. ¡No puedo permitir que me vean como una figura ridícula!

La discusión fue escalando, palabras hirientes lanzadas como dagas. Ambos se sentían heridos, pero solo él se dio cuenta de que las palabras que había dicho, aunque inocentes en su intención, habían hecho más daño del que podía imaginar. Finalmente, agotados, Jesús decidió marcharse.

—No quiero pelear más —dijo, su voz entrecortada por la rabia contenida—. Necesito un tiempo para pensar.

—Perfecto, vete —respondió Claudia, sus ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer—. Haz lo que quieras.

Él salió del apartamento, sintiendo cómo el frío del pasillo lo envolvía. Las palabras de Claudia resonaban en su mente. Su antiguo apartamento, que antes había sido su refugio, ahora le parecía vacío y sin sentido. Mientras se sentaba en la cama, se dio cuenta de que lo que había dicho no era tan grave como para romper lo que tenían. Pero, para Claudia, era una ofensa personal. Era su mundo lo que estaba en juego, y él lo había subestimado.

La noche cayó, y el silencio lo abrumó. Los recuerdos de sus momentos felices juntos lo perseguían. La risa compartida, los sueños que habían tejido juntos, el amor que siempre había sido la base de su relación. Se dio cuenta de que no podía dejar que un malentendido arruinara todo. Sabía que Claudia siempre sería el amor de su vida, y si quería que ella supiera que estaba dispuesto a luchar por ella, debía hacerlo de inmediato.

Esperó hasta el amanecer, la luz del día filtrándose a través de la ventana, y tomó su teléfono. No iba a enviar un mensaje; necesitaba verla, disculparse en persona. Se vistió rápidamente y se dirigió de regreso a Palacio Nacional, con el corazón latiendo con fuerza y la mente llena de resoluciones.

Al llegar, el edificio parecía un castillo imponente, y su respiración se aceleró al pensar en lo que podía enfrentar. Se tomó un momento para calmarse antes de entrar, y al cruzar la puerta del apartamento de Claudia, sintió una mezcla de nerviosismo y determinación.

En otro universo: Claudia y Jesús Donde viven las historias. Descúbrelo ahora