Celos y Vulnerabilidad

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La mañana comenzaba con una sensación de grandeza, un aire de celebración palpable. El sol brillaba sobre la ciudad de México mientras la comitiva avanzaba lentamente por las calles abarrotadas de personas que aplaudían y vitoreaban. Era un día importante, uno de esos que quedaban marcados en la historia del país. La inauguración de un proyecto clave para la ciudad era algo que no solo resonaba en los medios, sino que también simbolizaba el progreso tangible de la administración. Claudia Sheinbaum lo sabía mejor que nadie. Como Jefa de Gobierno, este tipo de eventos formaban parte de su vida cotidiana, pero esta inauguración en particular tenía un peso especial. Era el resultado de años de trabajo, de luchas internas y externas, de sacrificios y de dedicación incansable.

Jesús, su pareja, estaba a su lado, aunque desde el principio del día, Claudia había notado algo extraño en él. Estaba más silencioso que de costumbre, sus miradas nerviosas recorriendo el mar de cámaras y personas a su alrededor. Aunque intentaba mantenerse sereno, no podía ocultar su incomodidad. Jesús no estaba acostumbrado a este tipo de situaciones. No era su mundo, y a pesar de sus mejores esfuerzos por acompañarla en sus responsabilidades públicas, había momentos en los que el peso de todo lo que ocurría lo superaba. Esa mezcla de nerviosismo e inseguridad lo llevaba a apartarse, a buscar refugio en las interacciones con los demás, intentando alejarse del centro de atención.

El evento avanzaba sin contratiempos. Los discursos resonaban en los altavoces, los asistentes seguían cada palabra con atención, y las cámaras no dejaban de capturar cada gesto, cada movimiento. Claudia, en su papel de líder, se mantenía firme, con una sonrisa serena, segura de sí misma, mientras el presidente López Obrador también ofrecía palabras de aliento y visión sobre el futuro. Sin embargo, mientras Claudia cumplía con sus deberes, su atención se desviaba de vez en cuando hacia Jesús. Lo buscaba con la mirada entre la multitud, como siempre hacía para asegurarse de que él estuviera bien, de que se sintiera cómodo. Pero esta vez, cuando sus ojos lo encontraron, sintió algo diferente.

Jesús no estaba solo. Cerca de una de las áreas de descanso, lo vio conversando con una mujer. Isabel, una joven funcionaria del equipo de comunicación, conocida por su carisma y facilidad de palabra. Estaban hablando, aparentemente en una conversación casual, pero había algo en la manera en que Jesús gesticulaba, en cómo sonreía, en cómo sus ojos brillaban mientras escuchaba a Isabel hablar. La incomodidad comenzó a crecer en el pecho de Claudia, una sensación que al principio no pudo identificar claramente, pero que poco a poco fue tomando forma. **Celos**. Era algo que no solía experimentar, algo que consideraba casi ajeno a su personalidad. Siempre había sido una mujer segura, confiada en sus capacidades, en su relación, y en su lugar en el mundo. Pero en ese momento, mientras veía a Jesús reír con Isabel, sintió una punzada de duda.

Intentó distraerse. Volvió su atención a los detalles del evento, a los reporteros que la rodeaban, a los funcionarios que le hacían preguntas. Pero nada podía apartar de su mente la imagen de Jesús, tan cómodo, tan suelto, compartiendo esa charla distendida con Isabel. Su mente comenzó a llenarse de pensamientos que la sorprendían. **¿Por qué no estaba él con ella? ¿Por qué prefería hablar con Isabel en lugar de estar a su lado en un momento tan importante?**

A lo largo de los años, Claudia había enfrentado muchos desafíos, desde las críticas políticas hasta los momentos más duros de su carrera, pero lo que la inquietaba en ese instante era algo mucho más personal, algo que escapaba a su control racional. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, se sintiera vulnerable. Vulnerable ante la posibilidad de perder a alguien a quien amaba profundamente, vulnerable ante la idea de que tal vez, sin darse cuenta, había dejado de ser lo suficientemente importante para Jesús.

El resto del evento se le hizo eterno. Aunque cumplió con todos sus compromisos, aunque mantuvo su fachada profesional intacta, internamente, luchaba contra esa sensación de incomodidad que la perseguía. Se repetía a sí misma que estaba siendo irracional, que Jesús la amaba y que no tenía por qué preocuparse. Pero el sentimiento no se iba. De hecho, solo crecía.

En otro universo: Claudia y Jesús Donde viven las historias. Descúbrelo ahora