El ambiente en el hotel era eléctrico, un bullicio de voces y risas resonando entre las paredes adornadas de banderas y simbolismos nacionales. Era la noche anterior a la toma de protesta de Claudia Sheinbaum, y varios mandatarios se habían reunido para discutir los planes y estrategias que marcarían el futuro del país. Entre ellos, Gustavo Petro, el presidente de Colombia, era uno de los más destacados. Claudia se sentía emocionada y ansiosa, lista para asumir un papel crucial en la política internacional.
Mientras los asistentes intercambiaban ideas y saludos, Claudia se sintió un poco abrumada por la atención. En un momento, Petro se acercó con una sonrisa y un aire de confianza.
“Claudia, tus propuestas sobre el cambio climático son realmente inspiradoras”, comentó, su tono impregnado de admiración.
“Gracias, Gustavo. Es fundamental que trabajemos juntos para abordar estos problemas”, respondió ella, sintiendo el peso de su responsabilidad, pero también la emoción del momento.
A lo lejos, vio a su esposo, Jesús, cruzar la sala. Sus ojos se iluminaron al verlo, y sin pensarlo, lo presentó a Petro. “Jesús, este es Gustavo Petro, presidente de Colombia”.
Jesús extendió la mano, pero no pudo evitar sentir la tensión en el aire. En los ojos de Petro, notó un destello de interés que le hizo cuestionar las intenciones del mandatario colombiano. Mientras continuaban la conversación, las palabras de Petro comenzaron a tener un matiz más personal.
“Claudia, siempre has tenido una forma única de conectar con la gente. Tu carisma es inigualable”, dijo Petro, su tono suave, casi seductor.
Jesús, incapaz de ocultar su incomodidad, se quedó en silencio. Su expresión se tornó grave mientras escuchaba los elogios de Petro, cuya mirada parecía más intensa y significativa. Cuando Claudia giró la cabeza para buscar su opinión, él pudo ver en sus ojos la mezcla de celos y preocupación. Sin poder soportar más la situación, decidió retirarse hacia donde estaba el equipo de Claudia, intentando alejarse de las insinuaciones de Petro.
“¿Te encuentras bien, Jesús?” preguntó uno de los miembros del equipo, notando su mal humor. Él asintió, pero su mente estaba en otro lugar.
Al darse cuenta de que Jesús se alejaba, Claudia sintió una punzada de culpa. Se excusó con Petro, diciendo que tenía que revisar algo en su agenda. Sin embargo, su verdadero propósito era seguir a su esposo y aclarar las cosas.
Lo encontró sentado en una esquina, con la mirada fija en el suelo, completamente ajeno al bullicio que lo rodeaba.
“Jesús”, lo llamó con suavidad, tratando de romper el hielo. Él no respondió, y la frustración empezó a crecer en ella.
“Vamos a un lugar más privado”, sugirió, consciente de que necesitaban hablar. Él asintió con desgano, y la siguió por un pasillo que se alejaba del bullicio del evento.
Una vez en un pequeño salón, lejos de las miradas curiosas, Claudia se dio la vuelta y lo miró a los ojos. La tensión entre ellos era palpable, y el aire se llenó de emociones no expresadas.
“Lo siento, no debí dejar que Petro hablara así”, confesó Claudia, notando el rictus de enfado en el rostro de su esposo. La ternura que sentía por él la impulsó a actuar sin pensarlo. Se acercó y, con un gesto rápido, lo besó con desprevenimiento.
Jesús se quedó sorprendido, pero al sentir el calor de sus labios, la rabia comenzó a desvanecerse. Claudia sintió que su amor por él era más fuerte que cualquier comentario o insinuación. Sin embargo, el beso también despertó una confusión interna en Jesús, que luchaba entre su deseo de ser el apoyo incondicional de su esposa y sus propios celos.
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En otro universo: Claudia y Jesús
RandomPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.