Claudia se encontraba en su departamento, había llegado temprano de la oficina, algo que últimamente no era común con la intensidad de la campaña. Aprovechando el tiempo libre, se sentó en el sofá, envuelta en la luz dorada de la tarde que entraba por las amplias ventanas. Abrió un libro que había intentado terminar desde hacía semanas, pero después de unas páginas, su mente vagaba lejos de las palabras.
"Quizá un poco de música ayudaría", pensó, y con un leve suspiro, se levantó y buscó su playlist. La dejó en aleatorio, dejando que la música guiara el ambiente mientras empezaba a ordenar el desorden que había dejado a lo largo de los días ocupados. El sonido de su lista mezclada la acompañaba mientras colocaba revistas en su lugar, ajustaba los cojines del sofá y doblaba una manta. Cuando terminó, sintió una pequeña satisfacción al ver su hogar en orden.
Con una copa de vino en la mano, salió al balcón, donde las sillas de hierro forjado la esperaban. El aire estaba templado, y el sol se hundía en el horizonte, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. Se sentó, dejando que la calidez de los últimos rayos la envolviera. Cerró los ojos, escuchando la brisa suave y el ritmo suave de la música que seguía sonando en el fondo.
De pronto, una melodía familiar comenzó a resonar. La canción “Mexicana”. Un latido profundo en su pecho la alertó antes de que su mente pudiera conectar los recuerdos. Fue en 2016 cuando Jesús se la dedicó. Recordaba perfectamente el momento: estaban juntos en un café, después de tres décadas sin verse. Él la miró directamente a los ojos y, con una sonrisa nostálgica, le dijo que esa canción le recordaba a ella. "Siempre tuve la esperanza de que nos reencontraríamos", le confesó. Claudia había sentido una mezcla de sorpresa y calidez al oírlo; en esos instantes, ambos supieron que ese lazo nunca se había roto.
La melodía la envolvía ahora, transportándola a ese café, a esa conversación, a esos sentimientos que habían marcado un antes y un después en su vida. Sin darse cuenta, una suave sonrisa se dibujó en su rostro mientras su mirada se perdía en el horizonte. Era increíble cómo la música podía abrir puertas al pasado, hacerte sentir el eco de un momento que pensabas olvidado.
En ese instante, el sonido de la puerta cerrándose suavemente la sacó de sus pensamientos. Claudia giró la cabeza y vio a Jesús entrar. Él se detuvo al verla allí, sentada en el balcón, inmersa en la música y en los recuerdos. Sus miradas se cruzaron, y por un breve instante, todo lo demás desapareció. Jesús sonrió, con esa expresión suave y cálida que solo le dedicaba a ella.
—Sabes que esta canción siempre me hará pensar en ti, ¿verdad? —dijo él, acercándose con pasos tranquilos.
Claudia dejó la copa a un lado y extendió una mano hacia él.
—Lo sé, y nunca me cansaré de escucharla.
Jesús se sentó a su lado, tomando su mano. Ambos se quedaron en silencio, mirando el atardecer juntos, dejando que las notas de la canción los envolvieran una vez más, como ese lazo invisible que los unía más allá del tiempo.
Cuando la canción terminó, Claudia soltó un suspiro, dejando escapar la tensión acumulada del día. Miró a Jesús con una sonrisa cansada.
—Estoy cansada, pero tengo hambre —dijo, frotándose suavemente los ojos.
Él se rió, un sonido cálido que siempre la hacía sentir mejor.
—¿Qué te parece si pedimos algo de comer? —propuso—. Después de eso, podemos ir a descansar. Solo quiero estar contigo.
Claudia asintió, y antes de que se levantara, tuvo una idea.
—Espera, tomemos una foto —sugirió, sabiendo que no solían hacerlo, pero hoy se sentía diferente.
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En otro universo: Claudia y Jesús
RandomPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.