La luz del atardecer se filtraba a través de las grandes ventanas de la oficina de gobierno, iluminando el espacio donde Claudia Sheinbaum se concentraba en sus documentos. La sala, decorada con un estilo austero y funcional, parecía el refugio perfecto para la mente aguda que lideraba la ciudad. Sin embargo, aquella tarde, la atmósfera estaba a punto de cambiar.
Jesús había salido de su trabajo antes de lo habitual, ansioso por ver a Claudia. La rutina diaria de ambos era intensa, pero había algo que siempre los unía: la chispa de una conexión profunda. Decidió visitarla, llevando consigo una mezcla de nervios y emoción.
Al abrir la puerta, se encontró con la imagen de Claudia, sumida en la lectura de un informe. Ella levantó la vista y sonrió al reconocerlo.
—¡Jesús! No esperaba verte aquí tan pronto —dijo, tratando de esconder el atisbo de sorpresa en su voz.
—Tenía que venir —respondió él, acercándose a su escritorio. —Sabía que estabas atrapada en el trabajo y pensé que podría sacarte un poco de la rutina.
Claudia se rió suavemente, un sonido que resonó en la oficina vacía.
—No sé si eso es lo que necesito, tengo que terminar esto antes de la reunión de mañana.
Jesús la miró fijamente, notando cómo la tensión del trabajo se reflejaba en su rostro. En ese momento, una idea traviesa cruzó por su mente. Se inclinó hacia ella, susurrando con un tono seductor:
—¿Y si hacemos una pausa? Solo un par de minutos. Prometo que te sentirás mejor.
Claudia sintió que su corazón latía más rápido. Sabía que era arriesgado, que estaban cruzando una línea, pero la atracción entre ellos era innegable.
—Jesús… —comenzó, pero la voz se le quedó atrapada en la garganta.
Él sonrió y, en un acto impulsivo, tomó su mano, tirando suavemente de ella para que se levantara de su silla. Claudia lo miró a los ojos, y por un instante, el mundo exterior desapareció. La necesidad de estar juntos era más fuerte que las responsabilidades que los rodeaban.
Se acercaron, las distancias que habían mantenido en su trabajo se desvanecieron. Las manos de Jesús acariciaron suavemente la cintura de Claudia mientras ella, atrapada en la corriente de sus emociones, se acercaba a él.
—No debería —murmuró, aunque su voz carecía de convicción.
—A veces, lo que se siente es más importante que lo que se debe hacer —respondió él, inclinándose para dejar un beso ligero sobre sus labios.
El momento fue fugaz, pero suficiente para encender una llama que ardía con intensidad. Claudia cerró los ojos, perdiéndose en la calidez de la cercanía de Jesús. Todo a su alrededor se desdibujó; el trabajo, las responsabilidades, todo se volvió irrelevante.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó ella, tratando de recuperar la compostura mientras se apartaban un poco.
—Lo que siempre hemos querido —dijo Jesús, su voz llena de complicidad. —Un instante para nosotros, aunque sea breve.
Claudia sabía que no era correcto, pero la conexión que compartían era demasiado poderosa como para ignorarla. Se miraron a los ojos, el deseo y la razón chocando en un conflicto interno que ninguno de los dos quería resolver.
Mientras el sol se ponía en el horizonte, proyectando sombras largas en la oficina, decidieron dejarse llevar por el momento, conscientes de que lo que estaba ocurriendo podría tener consecuencias, pero incapaces de resistir la atracción que los unía.
Fue un instante robado, un breve respiro en medio de sus vidas caóticas, un secreto que guardarían en lo profundo de sus corazones. Y aunque el deber los llamaría nuevamente, esa chispa siempre quedaría en el aire, recordándoles que, a veces, es necesario arriesgarse por el amor.
El aire se tornó denso y electrizante entre Claudia y Jesús, mientras se enfrentaban a la realidad de lo que estaban a punto de hacer. Claudia, atrapada entre su sentido del deber y el deseo que ardía en su interior, sintió que su corazón palpitaba con fuerza.
—No deberíamos… —dijo, pero su voz sonaba más como un susurro de duda que una verdadera objeción.
Jesús se acercó un poco más, su aliento cálido cerca de su rostro.
—Unos minutos más no cambiarán nada, Claudia. Solo nosotros, aquí y ahora.
Claudia sintió cómo su resistencia comenzaba a desvanecerse. La idea de ser descubiertos, el riesgo de lo prohibido, solo aumentaba la intensidad del momento. Su mirada se encontró con la de Jesús, y en esos ojos oscuros, encontró la valentía que necesitaba.
—Está bien —finalmente dijo, dejando escapar un suspiro entrecortado. —Pero tenemos que ser rápidos.
Él sonrió, una sonrisa llena de complicidad, y la atrajo hacia él. Claudia sintió cómo sus manos la rodeaban, su toque firme pero suave, despertando una necesidad latente.
En un acto impulsivo, ella tomó la iniciativa, empujando la puerta de su oficina con un suave golpe para asegurarse de que nadie entrara. Luego, volvió a mirarlo, la ansiedad y el deseo combatiendo en su interior.
—Esto es arriesgado —murmuró mientras él la guiaba hacia el sofá pequeño que había en una esquina de la oficina.
—Y emocionante —respondió Jesús, con una sonrisa pícara. —A veces, lo prohibido es lo que más nos atrae.
Se sentaron juntos en el sofá, y Claudia se acurrucó contra él, buscando la calidez de su cuerpo. En ese instante, todo lo que había fuera de esas paredes se desvaneció, y el mundo se limitó a ellos dos.
Jesús se inclinó y la besó nuevamente, esta vez con más urgencia. Sus labios se encontraron en una danza apasionada, como si cada caricia fuera un susurro de promesas no dichas. La intimidad que compartían era palpable, y el ritmo de sus corazones resonaba en el silencio de la oficina.
—Claudia, —dijo él entre besos, —te he querido desde hace tiempo. No puedo resistir esto.
Ella sintió que las palabras de Jesús resonaban en su interior. No solo era el deseo físico; había una conexión emocional que la llenaba de una alegría inesperada. Sin embargo, sabía que no podían dejarse llevar por completo.
—Pero la reunión… —comenzó, aunque sus manos ya buscaban el cabello de Jesús, acariciando su nuca con ternura.
—Olvídate de la reunión, por un momento —insistió él, levantando su rostro para mirarla a los ojos. —Déjate llevar. Nadie tiene que saber.
Con una mezcla de valentía y locura, Claudia se rindió a sus instintos. Se inclinó hacia él, y su beso se volvió más intenso, más profundo. Las manos de Jesús comenzaron a explorar su espalda, trazando líneas invisibles que despertaban cada fibra de su ser.
Claudia cerró los ojos, disfrutando de la calidez y la protección que él le ofrecía. La adrenalina del riesgo corría por sus venas; cada sonido del pasillo hacía que su corazón se detuviera momentáneamente. Se separaron un instante, ambos respirando pesadamente, la tensión palpable en el aire.
—¿Y si alguien nos ve? —preguntó ella, aunque sus palabras carecían de verdadero temor.
—No pasará —dijo Jesús, volviendo a besarla, como si esas palabras fueran un hechizo que los protegía de la realidad.
La conexión se profundizó mientras sus cuerpos se acercaban más, y en un instante de pura vulnerabilidad, Claudia se dio cuenta de que no podía parar. La necesidad de estar juntos era más fuerte que cualquier preocupación. Con cada caricia, con cada beso, se olvidaron de todo lo demás.
El tiempo parecía detenerse, y por un breve momento, la oficina se convirtió en su refugio, un espacio donde el mundo exterior no existía. En medio de susurros y risas nerviosas, Claudia y Jesús se entregaron a la intimidad, arriesgando ser descubiertos, pero sintiéndose más vivos que nunca.
Sin embargo, la realidad siempre acechaba en el fondo de sus pensamientos. ¿Cuánto tiempo podrían prolongar este momento? ¿Qué pasaría si alguien entraba? Pero, en ese instante, esas preguntas se desvanecieron en la calidez de sus abrazos, mientras la pasión se apoderaba de ellos, transformando una tarde ordinaria en un recuerdo inolvidable.
Con dedicatoria para J y F
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En otro universo: Claudia y Jesús
CasualePequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.