Faltaban sólo dos días para que Claudia Sheinbaum tomara el mando como presidenta de México. El ambiente era una mezcla de emoción y nerviosismo; las calles estaban cubiertas de carteles con su rostro, la gente hablaba de esperanza, de cambios inminentes. El país esperaba, y Claudia también, aunque con una carga emocional que pocos conocían.
En casa, Claudia se encontraba revisando los últimos detalles de su investidura. Mientras tanto, Jesús, su esposo, la observaba desde un rincón de la sala. Él la admiraba profundamente, pero había algo que lo inquietaba, una sensación que llevaba semanas creciendo en su interior. A pesar de su orgullo por todo lo que ella había logrado, sentía que el tiempo entre ellos se había vuelto más escaso, y con cada día que pasaba, se le hacía más difícil ignorarlo.
Esa noche, cuando el bullicio de la ciudad había cedido y los teléfonos finalmente dejaron de sonar, Jesús decidió que era el momento de hablar. No podía esperar más. Se acercó a Claudia, quien tomaba un respiro en el sofá con una taza de té en las manos, mirando la ciudad que pronto sería su responsabilidad.
—Clau, ¿podemos hablar? —dijo con voz seria pero llena de cariño.
Claudia levantó la mirada, sorprendida por el tono de Jesús. Dejó la taza a un lado y le hizo un gesto para que se sentara junto a ella.
—Claro, amor, dime —respondió suavemente, notando su preocupación.
Jesús respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. No quería sonar egoísta, pero sentía que, si no hablaba ahora, tal vez nunca tendría la oportunidad.
—Estoy muy orgulloso de ti, más de lo que imaginas. Eres increíble, y sé que serás una presidenta como ninguna otra. Pero... no puedo evitar sentir que te estoy perdiendo un poco. Todo ha cambiado tan rápido, y sé que una vez que tomes el mando, será aún más difícil tener tiempo para nosotros. Y yo... también te necesito, Clau.
Claudia lo escuchó en silencio, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que Jesús tenía razón. Los últimos meses habían sido un torbellino, y la política había absorbido la mayor parte de su tiempo. Sin embargo, Jesús siempre había estado allí, apoyándola en todo momento, y eso la hacía sentir una culpa que apenas comenzaba a reconocer.
Le tomó la mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los de él.
—Jesús, te amo —comenzó, mirándolo a los ojos—. Y sé que nuestras vidas están cambiando, pero quiero que sepas algo: no importa qué pase, jamás dejaré de amarte. Este país va a necesitarme, sí, pero tú eres mi compañero de vida, y eso no va a cambiar. Siempre habrá tiempo para nosotros, lo prometo.
Jesús la miró con una mezcla de alivio y emoción. Sabía que las palabras de Claudia venían del fondo de su corazón, y aunque el miedo a perderla seguía ahí, su promesa le daba la paz que tanto necesitaba.
—Eso es todo lo que quiero —dijo, con una sonrisa suave—. Un día más antes de que el mundo te reclame. Solo nosotros dos.
Claudia asintió, sonriendo. El cansancio de las últimas semanas parecía desvanecerse, al menos por ese momento. Se acercó más a Jesús y lo abrazó, como si en ese gesto pudiera reafirmar todo lo que acababa de decirle.
—Mañana será nuestro día —dijo en voz baja—. Sin política, sin reuniones, sin teléfonos. Solo tú y yo, como siempre ha sido, y como siempre será.
Jesús la abrazó con fuerza, sintiendo cómo esa promesa sellaba lo que quedaba entre ellos. Ambos sabían que las responsabilidades que les esperaban cambiarían sus vidas, pero mientras Claudia siguiera siendo su Claudia, nada podría separarlos.
Esa noche, se quedaron juntos en silencio, aferrándose al presente, sabiendo que el futuro traería desafíos, pero también confiando en que, pase lo que pase, siempre encontrarían el camino de vuelta el uno al otro.
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En otro universo: Claudia y Jesús
RandomPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.