Claudia y Jesús habían decidido pasar el día juntos en el apartamento, sin interrupciones ni distracciones. Llevaban meses hablando de lo difícil que era encontrar tiempo solo para ellos, así que cuando aquel día llegó, se sentían agradecidos por poder compartirlo. Habían atravesado mucho para llegar hasta allí, pero el vínculo que los unía parecía más fuerte que nunca.
Justo cuando el ambiente empezaba a tornarse más íntimo, el teléfono de Claudia sonó. Era Rodrigo, su hijo.
—Mamá, ¿pueden cuidar a Pablito un par de horas? Lo necesito —pidió Rodrigo, con ese tono apurado que solo los padres entienden.
Claudia miró a Jesús, quien le sonrió con suavidad. Aunque Pablito no era su nieto biológico, la relación entre ellos había crecido con el tiempo, y ambos estaban felices de tenerlo cerca.
—Claro, tráelo —dijo Claudia, con un leve suspiro de resignación mezclado con cariño.
No pasó mucho tiempo antes de que Rodrigo llegara con el bebé. Apenas seis meses tenía el pequeño Pablito, pero ya llenaba la casa con su energía. Tras la salida de Rodrigo, el silencio quedó entre ellos, interrumpido solo por los pequeños ruidos de Pablito.
—Hace tanto que no cuidamos a un bebé, ¿no? —dijo Jesús, con una sonrisa nerviosa mientras observaba a Pablito moviéndose en los brazos de Claudia.
—Sí… pero siempre se siente natural, de alguna manera —respondió Claudia, observando al pequeño—. Aunque admito que me pone un poco nerviosa.
Ambos se sentaron en el sofá, Claudia con Pablito acurrucado en sus brazos, y Jesús acariciando suavemente la cabecita del bebé. Pablito, sintiendo el calor de ambos, empezó a relajarse hasta quedarse profundamente dormido, su respiración suave llenando el ambiente.
Después de unos minutos de silencio, fue Claudia quien habló primero.
—¿Recuerdas cómo soñábamos con tener hijos juntos? —preguntó, su voz baja pero cargada de nostalgia—. Todo lo que planeamos cuando éramos jóvenes… y cómo terminó todo.
Jesús asintió, su mirada perdida por un momento en el pasado.
—Sí… pensé que no podría volver a verte después de aquello. Todo era tan confuso, tan difícil. Nos separamos y viví muchos años preguntándome qué habría sido de nosotros.
Claudia lo miró con una mezcla de tristeza y gratitud.
—Nos equivocamos —dijo suavemente—. Nos dejamos llevar por las circunstancias, y no supimos cómo seguir. Pero también agradezco haberte reencontrado… después de 30 años. Es como si, de alguna manera, el destino hubiera esperado todo ese tiempo para darnos otra oportunidad.
Jesús sonrió, mirando a Pablito dormir.
—Sí… quizá era necesario todo ese tiempo para que ambos entendiéramos lo que realmente significábamos el uno para el otro. A veces pienso en lo que perdimos, pero otras veces solo me concentro en lo que ganamos al encontrarnos de nuevo. Siempre fuiste el amor de mi vida, Claudia. Eso nunca cambió.
Claudia dejó que sus palabras calaran profundamente, apoyando su cabeza en el hombro de Jesús.
—Y tú el mío —susurró—. Por eso siempre valdrá la pena.
El silencio volvió a reinar en la sala, pero esta vez era un silencio lleno de paz y satisfacción. A pesar del tiempo perdido, ambos sabían que lo más importante era que, al final, se habían encontrado de nuevo. Y ahora, mientras Pablito dormía en los brazos de su abuela, ambos podían ver claramente que habían llegado al lugar donde siempre debieron estar: juntos.
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En otro universo: Claudia y Jesús
RandomPequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.