Decidieron caminar de regreso al auto mientras el cielo comenzaba a oscurecerse y una suave brisa les envolvía. Mientras caminaban por la arena, hablaban en voz baja, recordando anécdotas del pasado, compartiendo sueños y haciendo planes sencillos, como si aquel momento de calma les permitiera olvidar la prisa de sus vidas diarias.
Al llegar al auto, ambos subieron sin decir mucho más, y el trayecto a casa fue un silencio cómodo, lleno de miradas cómplices y sonrisas que decían más de lo que las palabras hubieran podido expresar. Jesús le tomaba la mano de vez en cuando, acariciando suavemente sus dedos, y Claudia, con una sonrisa suave, recargaba la cabeza contra el respaldo del asiento, disfrutando de la paz que sentía al estar con él.
Cuando finalmente llegaron a casa y entraron, había algo en el aire que no podían ignorar, una electricidad sutil que flotaba entre ellos. Sus miradas se encontraron en el vestíbulo, y ninguno de los dos necesitó decir nada; el deseo y el amor se reflejaban en sus ojos. Sin más, se acercaron lentamente, y Jesús rodeó a Claudia con sus brazos, atrayéndola hacia sí en un abrazo que era a la vez cálido y lleno de ternura.
Se miraron un instante más, y luego, como si el tiempo se hubiera detenido, se besaron con una suavidad que parecía destinada a eternizarse. No había prisa, nadie los apuraba, y en el silencio de la casa, ambos sintieron que estaban exactamente donde debían estar. Claudia deslizó sus manos por la nuca de Jesús, profundizando el beso, y él acarició su espalda lentamente, disfrutando de cada segundo de cercanía.
A medida que avanzaban hacia la sala, sin romper el abrazo ni el beso, ambos sentían cómo las barreras caían, dejando solo el amor que habían construido, un amor que podía verse en cada caricia y en cada mirada. Allí, en la quietud de su hogar, el mundo exterior se desvanecía, y lo único que importaba era que estaban juntos, completamente entregados el uno al otro, con una paz y plenitud que solo compartían en esos momentos que eran solo de ellos.
Se dejaron caer en el sillón, con el único sonido de sus respiraciones, y siguieron besándose, cada vez más profundamente, como si cada contacto fuera un recordatorio de la promesa que se habían hecho: estar juntos, sin importar qué, porque en el otro siempre encontraban su refugio.
Sus caricias se volvieron más profundas y sus manos comenzaron a explorar con una familiaridad renovada, despojándose de la ropa con una ternura y un cuidado que hacían que cada segundo fuera único. Las prendas cayeron suavemente al suelo, y, finalmente, cuando no quedaba nada entre ellos, se miraron en silencio, tomando un momento para apreciar la presencia del otro, para grabar en sus memorias cada línea, cada gesto y cada suspiro.
Jesús acercó sus labios a los de Claudia, besándola suavemente, y luego comenzó a descender, acariciando sus hombros y dejando besos en su clavícula, su pecho, y finalmente en su cuello, mientras ella dejaba escapar un suspiro largo, entregándose a cada sensación. Él la abrazó con delicadeza y la recostó sobre el sofá, inclinándose sobre ella con una ternura infinita.
—Eres tan hermosa… —susurró Jesús, su voz ronca y suave a la vez, mirándola con una intensidad que parecía llegarle al alma.
Claudia le acarició el rostro y sonrió, con los ojos entrecerrados, y apenas respondió con un susurro cargado de emoción.
—Te he esperado toda la vida, Jesús… te he amado toda la vida.
Jesús la miró con los ojos llenos de amor y comenzó a moverse lentamente, sincronizándose con ella en un ritmo profundo y pausado, sus cuerpos fusionándose en una danza perfecta. Cada movimiento era una declaración de amor, cada contacto un recordatorio de que aquel instante era solo suyo. Claudia dejó caer su cabeza ligeramente hacia atrás, cerrando los ojos mientras él dejaba besos en su cuello, su aliento cálido en su piel provocando que soltara pequeños gemidos de placer.
—Jesús… —murmuró ella, entre suspiros, mientras lo rodeaba con sus brazos, sintiendo cada latido, cada respiración como si fueran una sola.
Él respondió en un susurro, sin dejar de moverse lentamente.
—Claudia, amor mío… nunca me cansaré de amarte así.
Los gemidos suaves de Claudia llenaban el silencio de la sala, y los movimientos de Jesús, lentos y profundos, les hacían sentir como si fueran uno solo, como si el tiempo hubiera dejado de existir. Cada caricia, cada beso que él dejaba en su cuello y sus hombros, era una promesa renovada, una reafirmación de todo lo que compartían. Ella acariciaba su espalda, susurrando su nombre entre suspiros, y él la miraba, sus ojos llenos de amor y devoción.
Cuando finalmente llegaron juntos a ese punto culminante, sus respiraciones se entrelazaron en un suspiro largo y profundo. Jesús la sostuvo en sus brazos, sintiendo cómo el corazón de ella latía contra su pecho, y ambos se quedaron en silencio, simplemente disfrutando del momento. Claudia le acarició el rostro, sonriéndole con una dulzura infinita.
—No importa cuánto tiempo pase… siempre es maravilloso contigo.
Él le besó la frente, recostándose a su lado y abrazándola con fuerza.
—Para mí, Claudia, siempre serás todo lo que necesito.
Después de aquel momento de profunda intimidad, Claudia y Jesús se quedaron abrazados en el sillón, en completo silencio, como si el mundo exterior no existiera. Sentían el calor de sus cuerpos entrelazados y sus respiraciones se calmaban poco a poco, sincronizándose en una armonía perfecta. Ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar; bastaba con la sensación de tenerse cerca, de saberse en un espacio seguro y compartido.
Jesús la miró, aún sorprendido de poder llamarla suya después de tantos años, y la acarició suavemente, recorriendo con sus dedos cada línea de su rostro como si quisiera memorizarla. Claudia abrió los ojos y lo observó con una sonrisa tranquila, tomando su mano entrelazada con la suya y llevándola a sus labios, dejando un beso suave en sus dedos.
—¿Sabes? —susurró ella finalmente, rompiendo el silencio con un tono de voz bajo y cargado de emoción—, cada día contigo es un nuevo comienzo para mí. A veces pienso que he tenido una suerte inmensa al reencontrarte.
Jesús le devolvió una sonrisa llena de calidez y besó la palma de su mano, cerrando los ojos un momento, como si quisiera absorber todo el amor que ella le transmitía en ese gesto.
—Yo soy quien tuvo suerte, Claudia —dijo en voz baja—. La vida nos llevó por caminos diferentes, pero si nos permitió volver, es porque nunca dejamos de ser parte el uno del otro. Te amaré siempre, sin importar lo que venga.
Claudia se acurrucó más cerca de él, disfrutando de la paz que sentía en sus brazos. Permanecieron así un rato, escuchando el sonido suave de la noche que se filtraba por las ventanas. El momento era perfecto, y en esa quietud compartida, ambos sintieron que no necesitaban nada más.
Finalmente, Claudia se incorporó un poco y miró a Jesús con una sonrisa juguetona.
—¿Sabes que mañana nos espera otro día largo, verdad? Pero esta noche es nuestra.
Jesús rió suavemente y asintió, comprendiendo la importancia de ese instante, de aquel tiempo juntos que se permitían en medio de sus agitadas vidas. Se acomodaron juntos, con él rodeándola con su brazo y ella apoyando la cabeza en su pecho, hasta que el cansancio de la noche les fue ganando poco a poco. Sabían que el futuro traería sus propios desafíos, pero también sabían que siempre tendrían esos momentos para regresar, esos espacios íntimos donde podían refugiarse y recordar lo que realmente importaba.
Así, en la quietud de la noche, con el eco de sus promesas y el calor de su amor, ambos se quedaron dormidos, seguros de que, mientras estuvieran juntos, podían enfrentar cualquier cosa.
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Les dedico este capítulo a todas ustedes! 💕
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En otro universo: Claudia y Jesús
CasualePequeñas historias de Claudia y Jesús. El amor siempre vive entre ellos dos.