Boda y sorpresas

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Habían pasado seis años desde que Claudia y Jesús se reencontraron, después de tres décadas separados. Esos años habían sido un constante redescubrimiento del amor que siempre habían sentido, uno que ni el tiempo ni la distancia lograron apagar. Sin embargo, en los últimos días, Jesús llevaba una idea fija en su mente: *casarse con el amor de su vida*. No dejaba de pensar en ello, en cómo hacerlo especial y, sobre todo, en qué momento sería el adecuado.

Aquella mañana, acompañaba a Claudia en la oficina de gobierno donde ella trabajaba. Como tantas otras veces, se sentaba en una esquina, observando cómo ella se movía con la destreza y seguridad que siempre había admirado en ella. Claudia estaba revisando unos papeles importantes, pero no podía evitar notar que Jesús parecía más distraído de lo habitual. Lo conocía demasiado bien, y sabía cuando algo rondaba su mente.

—Jesús, ¿en qué piensas? —le preguntó, sin despegar los ojos de sus documentos.

Jesús levantó la mirada, sorprendido. No estaba preparado para confesarle lo que había estado planeando durante días. Sonrió de lado, ese gesto que siempre hacía cuando intentaba evitar un tema. Se levantó de su asiento lentamente, caminó hacia Claudia y, en lugar de responder, le tomó las manos. Su corazón latía con fuerza, pero no era el momento aún de revelar su plan.

—Te amo más que nada en el mundo, Claudia —dijo en un susurro que solo ella pudo escuchar—. Eres el amor de mi vida, y jamás te dejaré ir de nuevo.

Antes de que Claudia pudiera decir algo, Jesús la abrazó con fuerza, apretando su cuerpo contra el de ella, como si en ese abrazo pudiera sellar todas las promesas que había decidido cumplir. La besó con una ternura infinita, como si en ese beso estuviera preparando el terreno para lo que vendría después. Pero no era el momento. Aún no.

Claudia lo miró, un poco confundida pero también conmovida. Sabía que algo estaba ocurriendo dentro de él, algo grande. Sin embargo, decidió no presionarlo. Con Jesús, siempre había aprendido que las mejores sorpresas llegaban cuando menos se esperaban. Y aunque no lo supiera aún, la mayor de todas estaba a punto de ocurrir.

Al caer la noche, llegó la hora de irse a casa. El camino de regreso fue tranquilo, como solían ser sus momentos juntos. Claudia hablaba de su día, de proyectos pendientes, y aunque Jesús respondía y la escuchaba atentamente, su mente seguía rondando la idea que había estado guardando con tanto cuidado. Sabía que el momento se acercaba, pero aún no encontraba las palabras precisas para lo que planeaba.

Al llegar a casa, Jesús se ofreció a preparar la cena. Como siempre, Claudia se unió a él en la cocina, ayudando con pequeños detalles: cortaba algunas verduras, acomodaba la mesa o simplemente se quedaba a su lado, conversando de cualquier cosa. A pesar de la aparente tranquilidad, ella sentía que algo se cocinaba dentro de él, algo que no tenía que ver con la comida. Pero no presionó. Sabía que Jesús hablaría cuando estuviera listo, así que decidió seguir el flujo de la noche, como si no notara su nerviosismo.

Terminaron de cenar en silencio, pero era un silencio cómodo, de esos que solo dos personas que se conocen tan profundamente pueden compartir. Después de limpiar los platos, se sentaron juntos en el sofá, con las luces tenues y el eco suave de la noche filtrándose por las ventanas.

Jesús, aún algo inquieto, la miraba con ojos llenos de amor. Le tomó las manos otra vez, las acariciaba con delicadeza, mientras le decía cuánto la amaba, cuánto admiraba su fortaleza y su belleza.

—Eres tan hermosa, Claudia —le susurró—. No solo por fuera, aunque claro, siempre lo has sido, sino por todo lo que llevas dentro. Por tu corazón, tu valentía… cada día me sorprendes más.

Claudia sonrió, agradecida por las palabras de Jesús. Sabía que, para él, cada frase estaba cargada de significado. Pero esta vez, había algo más en su tono, algo que no podía pasar desapercibido. A medida que él seguía hablando, diciéndole que no se imaginaba su vida sin ella, el ambiente en la habitación comenzó a cambiar. Había una sensación en el aire, como si el momento que Jesús había estado esperando finalmente estuviera a punto de llegar.

En otro universo: Claudia y Jesús Donde viven las historias. Descúbrelo ahora