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HABÍAN PASADO UNAS SEMANAS desde que Iván se había ido

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HABÍAN PASADO UNAS SEMANAS desde que Iván se había ido. Y todo seguía igual, excepto que mi trabajo a medio turno ya no estaba. Me habían despedido. La razón era clara: no pude gestionar mis estudios con el empleo, y eso no le gustó nada a mi jefe.

Intenté no venirme abajo, pero los días se hacían interminables y la presión de las facturas comenzaba a asfixiarme. Llevaba dos semanas sin trabajo y nadie quería contratar a una universitaria que buscaba empleo a media jornada. Todos pedían disponibilidad completa. Era frustrante.

Semanas después, las facturas comenzaron a acumularse: agua, luz, gas... Luego los gastos de comida y, por supuesto, la cuota para que Diego pudiera seguir en el equipo de vóley. Ese era nuestro mayor gasto, pero no quería quitárselo. Él no tenía la culpa de nada de esto.

— Sofía —llamó Diego, interrumpiendo mis pensamientos. 

—¿Sí? ¿Qué pasa? —respondí distraída, mientras revisaba las cuentas en la mesa. 

Diego sacó un sobre con dinero de su chaqueta y me lo tendió con nerviosismo. 

—Es para que pagues al menos la luz. Me cogí cincuenta euros de mis clases de vóley. 

Lo miré sorprendida, sin entender nada. Tomé el sobre y empecé a contar el dinero. Una sensación extraña se instaló en mi pecho. Luego lo miré fijamente, arrojé el dinero sobre la mesa y lo agarré de los hombros con fuerza. 

—¿De dónde has sacado este dinero? —le pregunté, con los ojos entrecerrados—. ¿Estás metido en drogas? ¡Diego, dime la verdad ahora mismo! 

—¡Sofía, suéltame! —gritó, apartándome bruscamente—. No estoy haciendo nada malo, ¡déjame explicarte! Estoy haciendo deberes para algunos compañeros y dando clases particulares a la hija de una profesora. Me pagaron por adelantado. 

—¿Deberes? ¿Clases? —fruncí el ceño—. Entiendo lo de tus amigos, pero ¿Clases? Si tus notas no son tan buenas... ¿Cómo alguien confiaría en ti para enseñar? 

—Sí... Bueno, a la hija de mi profesora le gusto un poco —admitió, rascándose la nuca con vergüenza. 

Lo miré incrédula durante unos segundos, intentando procesar lo que acababa de decir. 

—¿A esto hemos llegado? —murmuré, casi para mí misma—. Mi hermano tiene que prostituirse con una niña de trece años para poder pagar las facturas. 

—¡Oye! No lo digas así —se quejó, sonrojándose, mientras intentaba quitarme el sobre de las manos—. No estoy haciendo nada malo, ¡es solo que le caigo bien! Y con esto no perderemos la casa, así que, ¿puedes dejar de exagerar? 

Suspiré profundamente, sintiendo que el peso en mi pecho crecía aún más. Me dejé caer en la silla frente a la mesa y enterré la cabeza entre mis manos. 

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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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