30. I luv u

308 33 13
                                    

Un irritante e incesante sonido proveniente de su celular no dejaba dormir al mexicano. Después de rechazar las primeras tres llamadas, en la cuarta terminó por darse por vencido, pensando que tal vez era importante.

—Más te vale que sea importante —contestó Checo somnoliento, mirando el reloj en su buró—. Son las cinco y media de la mañana y aún no cumplo con mi sueño de belleza.

—¡Te amo! Cásate conmigo.

Checo apartó el teléfono de su oído, sorprendido, y la imagen de Lando apareció en la pantalla. Volvió a acercarlo para responder.

—London, ¿en dónde estás?

El mexicano no era tonto. Una llamada a esas horas, con la voz entrecortada y grave, sólo podía significar una cosa: Lando estaba ebrio.

—En Ámsterdam, pero qué importa. —La voz de Lando sonaba insistente—. ¿Escuchaste lo que dije? Quiero que te cases conmigo.

—No te veo arrodillado con un diamante en tus manos —respondió Checo divertido, con un deje de picardía en su voz.

Por supuesto, podría haber reprendido al británico por estar ebrio haciendo propuestas al azar, pero en lugar de eso, decidió disfrutar el momento. Era entretenido escucharlo tan desesperado.

—Dame un par de horas y estaré en Nueva York de rodillas frente a tus apetitosos muslos.

Checo soltó una carcajada. ¿Qué tan ebrio estaba su británico?

—¿Y sólo me pedirás matrimonio cuando estés frente a mis muslos, o harás algo más divertido? —preguntó, mordiendo su labio para contener otra risa.

—¡Mierda, te extraño tanto, amor!

Esta vez, Checo no pudo evitar reírse de nuevo. La situación, aunque absurda, era encantadora.

—¿Por qué estás en Ámsterdam? Pensé que estabas en Londres —preguntó, intentando desviar el tema, aunque sentía sus mejillas ardiendo.

—Realmente no sé cómo terminé aquí —admitió Lando con honestidad—. Pero estoy con Max y Martin.

—Supongo que dos neerlandeses son demasiado para cualquiera.

—Checo, amor...

—Mmmh —hizo un pequeño sonido para que supiera que lo escuchaba.

—¿Te gustan los neerlandeses? —Lando bajó el tono de voz, como si la pregunta le diera pena.

—¿Los neerlandeses en general o te refieres a tus amigos con los que te fuiste a Ámsterdam?

—No me lo estás haciendo más fácil, precioso —se quejó Lando, su voz cargada de frustración.

Checo soltó una carcajada, girándose en la cama para mirar por la ventana de su departamento.

—Me gustas tú, London —dijo con suavidad, su voz casi un susurro—. Me gusta tu sonrisa, tus ojos azules que a veces parecen verdes, y cómo se cierran cuando sonríes. Me gusta tu cabello rizado y cómo tu personalidad tranquila encaja perfecto con la mía, que es un poco más...

—¿Insoportable? —interrumpió Lando divertido.

—Repítelo una vez más, London, y te quedarás sin posibilidades de volverme a besar —amenazó Checo en broma.

—Sólo bromeaba, amor —rio Lando—. Amo tu personalidad hiperactiva. Amo que seas una pequeña cosita que constantemente pide amor y atención, porque me encanta ser yo quien te lo dé. Y amo, aún más, que detrás de esa fachada de caprichoso y egocéntrico, tengas el corazón más grande del mundo, dispuesto a darlo todo por quienes amas.

Detest to Adore | Lando & ChecoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora