Capítulo 44

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Comencé a regular mi respiración, esforzándome por mantener la compostura. Aún podía sentir mis dedos ligeramente entumecidos, vibrando con los vestigios de lo que acababa de hacer. Había utilizado mi poder por primera vez y, con ello, había desvelado el misterio que tanto me había atormentado: la naturaleza de mi poder.

Aiden, nuestro instructor en la teoría mágica, nos había enseñado sobre los linajes de poder y las habilidades que habían existido a lo largo de la historia. Y ahora lo sabía con certeza.

Poseía la Electrokinesis Celestial.

El señor Aiden nos había relatado, con aquella solemnidad que lo caracterizaba, que en las historia solo se había registrado una persona con tal poder. Su nombre era Xenay Nightshade, una niña nacida hace siglos en el sagrado templo de Lunatharis, dentro del gélido Reino de Frostfell.

Su origen era humilde; su madre, una simple plebeya, pero su destino quedó sellado en el momento en que su poder se manifestó.

El Rey Gareth, soberano del reino en aquel entonces, quedó embelesado por la pequeña, no solo por su dulzura, sino por la magnificencia de su poder. Con una obsesión que rozaba la locura, anheló hacerla su esposa cuando alcanzara la edad adecuada, pues creía que su unión le otorgaría poder sobre los cielos mismos.

La madre de Xenay, aterrorizada ante tal destino para su hija, tomó la única decisión que creyó correcta: entregarla a los sacerdotes de Lunatharis, confiando en que el templo la protegería del deseo insaciable del monarca.

Lo que la desesperada madre desconocía era que Lunatharis no era el refugio sagrado que aparentaba ser. Detrás de sus muros de mármol y oraciones devotas se ocultaba la corrupción y la avaricia. Los sacerdotes vieron en la niña un prodigio, un enigma que ansiaban descifrar, y en su insaciable búsqueda de conocimiento, sometieron a la pequeña a interminables pruebas y experimentos.

Xenay creció entre muros fríos, rodeada de libros arcanos y miradas inquisitivas. Su cuerpo era fuerte y sano, vestido siempre con túnicas impolutas de lino y seda, sus aposentos eran los más limpios y puros del templo, pero su alma... Su alma se marchitaba con cada día que pasaba sin conocer el calor de un abrazo, sin escuchar palabras de consuelo o amor.

A la edad de cuatro años, el vacío en su corazón la consumió. No fue la negligencia del templo lo que la condenó, sino el cruel aislamiento que la privó de toda humanidad. Sin amor, sin una sola muestra de afecto, su espíritu se apagó como la llama de una vela al viento.

El relato de Aiden había conmovido hasta las lágrimas a la mayoría de mis compañeros de la segunda división. Y ahora, siglos después de la trágica historia de Xenay, su poder resurgía en mí.

Según los registros que se preservaban del templo Lunatharis, la Electrokinesis Celestial era una habilidad dual que concedía dominio absoluto sobre la electricidad y las tormentas.

Su naturaleza se dividía en dos aspectos:

El control del cielo y las tormentas: otorgaba la capacidad de manipular los rayos y truenos naturales, convocar tormentas eléctricas a voluntad y dirigir descargas desde las nubes, alterando el clima mismo con su voluntad.

La generación interna de electricidad: permitía no solo controlar la energía externa, sino producirla desde el propio cuerpo. Con este poder, era posible canalizar rayos en las manos, almacenarlos en la carne y liberarlos con la misma intensidad que un relámpago caído desde los cielos.

Este poder concedía una ventaja sin igual, pues no dependía únicamente del entorno para desatar su furia. Con él, podía invocar la tormenta desde el cielo o desatarla desde mi propio ser.

La Pequeña Dama Infernal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora