Capítulo 29: Corazones inquietos

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—Ustedes, vengan aquí

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—Ustedes, vengan aquí.

Mis ojos se abren un poco más al escuchar al entrenador Sutton llamarnos. Está de pie junto a la puerta del gimnasio, sosteniéndola abierta mientras nos señala el interior con un gesto impaciente.

—¿Para qué? —Gwen se cruza de brazos, colocándose al frente del grupo de chicas que nos dirigíamos a tomar unas merecidas duchas después de correr en la pista de atletismo durante la última hora.

—Les di una orden, Davis. No me hagas repetirla —dice con firmeza antes de desaparecer tras la puerta.

—¿Y este quién se cree?

—El entrenador —responde una de las chicas con un encogimiento de hombros—. De todos modos, tenemos que pasar por ahí para ir a las duchas.

Sin más opción, retomamos el camino y entramos al gimnasio, donde varios jugadores del equipo de baloncesto siguen entrenando. Mis ojos viajan automáticamente a Eiden, que conversa animadamente con uno de sus compañeros.

Intento no mirar demasiado, pero es difícil. Lleva puesto el uniforme del equipo, y aunque es sencillo, se ajusta en los lugares correctos y destaca su físico sin esfuerzo. Su sonrisa despreocupada mientras habla solo lo hace ver más atractivo.

He tenido una lucha interna los últimos días. Mis pensamientos son una mezcla de deseos y dudas que me tienen agotada. La mitad de ellos giran en torno a él, filtrándose en mi mente sin permiso, haciéndome sentir más vulnerable, más insegura, con un tipo de inquietud que se vuelve cada vez más difícil de ignorar.

Sutton nos explica que necesita nuestra ayuda para que el equipo termine su rutina de ejercicios. Algunas chicas asienten con entusiasmo; otras, menos motivadas, aceptan a regañadientes y se acercan a los chicos que ya están en posición para empezar sus abdominales.

Sé que el entrenador sigue hablando, pero mi cerebro no llega a registrar todas las palabras, está más ocupado en detallar cada músculo del cuerpo de Eiden mientras camina en mi dirección con una sonrisa traviesa que últimamente le encanta esbozar.

Me gustaría decir que las emociones que provoca en mí son confusas, que no entiendo lo que me está pasando. Pero lo más abrumador no es la incertidumbre, sino la familiaridad de esos sentimientos y la fuerza con la que buscan apoderarse de cada rincón de mi mente, invadiendo la parte más sensible de mí.

Cada vez que sonríe siento un calor recorrer mi pecho. Cada vez que nuestras miradas se encuentran, mi estómago se encoge con un nerviosismo infantil, obligándome a hacer algo con las manos para no delatar lo mucho que su presencia comienza a afectarme nuevamente.

Lo más inteligente que se me ocurre hacer ahora es cruzar los brazos bajo el pecho y mantener los pies bien plantados en el suelo, intentando aparentar tranquilidad. Pero cuando lo tengo enfrente, no puedo evitar balancearme sutilmente de atrás hacia adelante, ni impedir la sonrisa que se me escapa con tanta facilidad.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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