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El sol comenzaba a esconderse en el horizonte cuando Maddy bajó del taxi, el corazón golpeando su pecho con fuerza. Había estado esperando este momento durante meses, y ahora, frente a la puerta de la casa de su abuela, una mezcla de nervios y emoción la invadía. Con una sonrisa nerviosa, tocó suavemente el timbre y, antes de que alguien pudiera abrir, se deslizó rápidamente hacia un lado de la entrada, pegándose a la pared mientras intentaba calmar la respiración.

Desde adentro, escuchó el sonido del seguro girando y los pasos lentos pero seguros de su abuela acercándose.

— ¿Quién será a estas horas? —murmuró la voz cálida, familiar, que hizo que un nudo se formara en su garganta.

La puerta se abrió lentamente, y cuando el marco quedó despejado, Maddy saltó de su escondite.

— ¡SORPRESA!

El grito de su abuela se mezcló con un pequeño sobresalto. La mujer puso una mano en su pecho, como si le faltara el aire, y sus ojos se abrieron grandes, brillando con incredulidad.

— ¡Dios mío, Madeline! —exclamó, su voz temblando, mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa llena de sorpresa.

Sin pensarlo, me lancé a sus brazos, sintiendo cómo su calidez me envolvía por completo.

— Te extrañé tanto, abue... —murmuré, cerrando los ojos mientras las lágrimas, que había intentado contener todo el camino, finalmente caían

— Ay, mi niña... yo también, chiquita — Su voz tembló, y su abrazo se apretó más, como si no quisiera soltarme nunca, como si temiera que el instante pudiera desvanecerse.

Me aferré a ella con todas mis fuerzas, respirando su aroma, ese perfume suave que, al instante, me trasladó a mi infancia. Sus manos, temblorosas pero llenas de un amor inquebrantable, comenzaron a acariciar mi cabello, tranquilizándome, como siempre lo hacía.

Después de unos segundos, ella se separó suavemente, pero no me soltó por completo. Me miró fijamente, y pude ver cómo sus ojos se llenaban de una mezcla de amor y alegría, como si no pudiera creer que estaba ahí, frente a ella.

— No puedo creer que estés aquí, mi estrellita... —dijo en voz baja, con una sonrisa que iluminó su rostro, mientras me tomaba la mejilla con sus manos arrugadas pero llenas de una ternura infinita.

Me miró con una suavidad en los ojos que me hizo sentir que el tiempo no había pasado, que todo seguía igual entre nosotras, como si no hubiera nada capaz de separarnos.

— Estás hermosa, mi niña. Extrañaba verte, esos ojitos tuyos...tan bellos —murmuró con una sonrisa cálida

Sentí el calor de sus palabras calando en mi pecho, como un bálsamo que curaba las heridas que a veces ni yo sabía que llevaba dentro. No importaba cuánto tiempo pasara, ella siempre tenía la manera de hacerme sentir especial, como si fuera la única persona que realmente importaba.

— Te extrañé tanto, abue — respondí, sintiendo cómo las lágrimas volvían a asomarse an mis ojos, cayendo suavemente por mis mejillas.

Al verlas, mi abuela me apretó aún más fuerte, como si pudiera sanar todo lo que me había dolido en su abrazo. Me sentí en casa, en un lugar donde no importaban las dificultades, donde todo se sentía seguro.

— No llores, Mimi —dijo con dulzura, su voz temblorosa. Me besó en la frente, y sus manos, arrugadas por el paso del tiempo, siguieron acariciando mi cabello como solían hacerlo cuando era pequeña. Fue en ese instante cuando supe que, aunque el mundo afuera estuviera cambiando, aquí, en su abrazo, nada había cambiado.

INTERLINKED  ✉︎  Young MikoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora