Ya habían pasado cinco días desde que Vicky llegó a Los Ángeles, y aunque el tiempo parecía haberse desvanecido entre risas, caricias y silencios cómodos, cada minuto juntas se sentía como un regalo.
Un día lo pasaron básicamente encerradas en el departamento de Maddy, poniéndose al corriente, cocinando juntas, viendo películas acurrucadas bajo las cobijas —aunque apenas les prestaban atención—, y entre risas, caricias y charlas a media luz, la noche se les fue como agua.
Se despertaban tarde, entrelazadas en sábanas y susurros, con el calor de la noche aún latiendo en sus pieles. A veces Maddy preparaba el desayuno; otras, Vicky insistía en pedir algo por app, solo para quedarse abrazándola un poco más.
Se convirtió en una rutina, pero de las buenas. De esas que no asfixian, sino que traen calma y paz.
Un día salieron a caminar por Venice Beach con gorras y lentes oscuros, no tanto por esconderse del mundo, sino por guardar un poquito de lo suyo solo para ellas. Se tomaron fotos, comieron helado, entre el murmullo del mar y las risas distantes de la gente las rodeaba. Cuando el sol empezó a bajar, entraron en una tienda de vinilos que Maddy solía visitar cuando tenía tiempo.
Era pequeña, con estantes de madera gastada y el inconfundible olor a discos viejos y café.
Mientras recorrían las estanterías, Vicky deslizaba sus dedos sobre las cubiertas de los vinilos y comenzaba a contarle a Maddy historias de su papá, de cómo, cuando era niña, pasaba tardes enteras escuchando The Beatles o The Rolling Stones con él
También le contó, cómo ella y sus hermanos, al salir del colegio salían al patio a jugar, entre risas, bromas, empujones, mientras su mamá las esperaba adentro con una limonada bien fresca y fría. Y su papá, se encargaba de poner música a todo volumen. Salsa, rock, reggaetón viejo, lo que fuera. Siempre decía que la vida sabía mejor con un buen ritmo de fondo.
Maddy la miraba atenta, sin perderse ni un detalle. Había algo en la forma en que Vicky hablaba de esos momentos, algo lleno de cariño. La veía con los ojos brillando, no solo reflejando admiración, sino un amor profundo que había estado ahí desde hace tiempo, pero que crecía con cada día que pasaba.
Maddy, por su parte, también tenía historias que contar. Le habló a Vicky de aquellas tardes con su abuela, cocinando juntas mientras sonaba ABBA de fondo. De cómo bailaban con cucharas en mano y cantaban a todo pulmón entre carcajadas, como si el mundo se detuviera solo para ellas.
También le contó, sobre esos días antes de que su papá se fuera, cuando pasaban horas jugando en el patio trasero de su casa, oyendo Nirvana a todo volumen. Su papá, con su risa contagiante, y Maddy corriendo detrás de él,riendo hasta que le dolía el estómago, disfrutando de cada momento sin preocuparse por nada más.
En su mente, él seguía siendo esa figura risueña y lleno de vida, era un recuerdo cálido que ahora se mezclaba con la tristeza de los días que no habían vuelto.
Cada vez que Maddy compartía algo, Vicky la veía con una sonrisa en los labios y ese mismo brillo en sus ojos, una mirada llena de amor. Como si pudiera ver a la niña que había sido Maddy, corriendo descalza en un patio, con los ojos llenos de sueños.
Estaban sumidas en el calor de esos recuerdos compartidos cuando llegaron al mostrador para pagar. Una mujer mayor las recibió con una sonrisa dulce y mirada vivaz.
Las observó mientras escaneaba los vinilos y, con voz suave —como quien guarda un secreto en el corazón—, dijo algo que las hizo detenerse por un momento.
—Ustedes dos... —dijo de repente, mientras guardaba los discos — Me recuerdan a mi esposa y a mí... hace más de cuarenta años.
—¿Sí? —preguntó Vicky con una sonrisa curiosa
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INTERLINKED ✉︎ Young Miko
FanficMadeline es silencio, inseguridad y sueños escondidos en una libreta. Victoria es luz, fama, y aunque todos la ven... muy pocos realmente la conocen. Ambas buscan algo que se sienta real. Un choque. Una mirada. Una conexión inevitable. No fue casua...
